lunes, 5 de enero de 2009

FETICHE

Incrédulas miradas,

frenesí de olores.

Cúspide de corrupciones.

La canción de mis ecos.

La excitación de mis pupilas,

la irritación de mis hijas.

Quietamente, mi idilio se convierte en un exiliado.

El límite se ha sobrepasado, basta de juegos,

es suficiente de esta porquería.

Ícaro no fue lo suficientemente sagaz para conseguirlo,

el sol, el fulgor dorado, llena de ecos la miopía del rinoceronte,

saca a vuelo dragones drogados, unicornios extasiados.

Irradia calor a la bella luna, mientras

las hijas de Eva, solo yuxtaponen sentimientos entorno al sonido de mis lamentos.

Adoramos rosas, juegos, violencia y almizcle.

Amamos insolencia, ríos de violeta y jicaques cerezos.

Idolatramos futuros y sombras de pieles, piernas y oídos.

No queremos morir solos, pero la soledad es la única que se atreve a hincarse envés frente a nosotros.

Que lloren los alfanjes, que rían los copiosos barrocos, los avatar misóginos.

Que mi ira y mi amor cual alfaguara cople los sentidos de mi última noche, de mi pesada trémula inocencia de miradas salaces.

La tristeza, la nostalgia nos sirve para terminar lo que no fuimos capaces de hacer una vez, nos recuerdan lo poco humanos que somos y los dioses solitarios que imaginamos ser.

El cuadro de la vida en frágiles rubíes yace.

El yugo de una mirada sorpresiva, la caída de una sonrisa inexpresiva,

el dolor de no tener a nadie, o de que éste sólo esté en nuestro pasado, es el color diario de nuestros pesares.

Y ni la madre que nos parió y nos hizo ver la luz por vez primera, tiene tal respuesta

¿Por qué amamos el pasado, el volver a él?

Los jilgueros cantarán por última vez, los ruiseñores se ahogarán entre sus irrisorias jactaciones, que otros se atreven a llamar cantos de amor.

El amor te hace vivir, creo.

¡Muéstrame a alguien que no haya amado como dos, que nunca su corazón se haya roto, enséñame a la persona con el corazón frió y la cabeza candente de sentimientos!

¡Hela aquí! Es lo unió que quiero oírte decir.

Mientras tanto eyacularé sobre las faldas de la nostalgia, le haré el amor a la sombra de mi olvido.

Ven, y oye mi canto,

ven, y te enseñare mis letras por algo que no tengo,

por algo que no encuentro, que sé dónde lo dejé, pero ya no me recuerda.

La oscuridad va venciendo mi jocosidad, va derrumbando cada hebra de mi cabal, cada pistilo de mi respirar y consumiendo cada introversa mía; en pocas palabras no entiendo nada, no quiero nada.

Ojos,

boca,

el puente de mis gélidas poesías,

la luz de tus impotentes fragancias,

la huida, la fuga, el grosso modo de mi amor por ti

y la destreza de mi lengua entorno a tus cabellos, cual simio entre una jauría de hienas es. La única ventaja que alcanzo a poseer ante ti, es la mentira de tus palabras que rezan, que alaban el poco vaho de mi cariño.

Torturar, amar, dominar al intangible suspiro de tu boca.

El poeta sin cartas.

El músico sin colores.

El pintor sin melodías.

La vida sin paradojas.

Vació al fin, caos al fin, eternidad y frivolidad,

garúas de ayeres entorno a mis dañanas pupilas he imaginado,

y deseado que cambie todo, deseando que mi Dios me perdone.

Que me pidas un quejumbroso beso, un exquisito adios.

Morir, vagar entre los cielos de opio,

que el amante peyote se lleve la poca fe en mí y la mucha esperanza del jaguar rendido de mi entrecejo.

Dormir y amar en tristes recuerdos.

La verdad, no sirve para mucho,

sólo para recordarnos lo poco sabios y la mucha cabeza que tenemos, para que todo al final no salga como lo planeemos.

Mi fetiche, mi idilio, mi religión, mi santo ayer.

Te fuiste sin recordar que en la nevera esta mi humilde venganza.

Fetiche mío, perdiz de mi esperanza, te olvidaste de recoger los trozos de los platos ociosos de mis ojos.

Y qué decir de la vez que me miraste y dije, puta madre.

Qué decir de la vez que me besaste y recordé el guiso de mi madre.

Te recuerdo entre pasiones arrambladas y excursiones de vid iracundas,

te amo en la noche de jirones y en el satín de mis deseos.

Olvidarte es un pecado. Pero igual sé de religión, lo que Picasso de la antártica.

Hadas de poca ropa vuelan en mis pos de mis sienes, como quiero que vuelen más bajos para alegrarnos el día a todos.

La cruz de mi parroquia de ocre es, creo, hace tiempo ya que la limpiaron.

Extraje de mi mente, bajé de mi cerebro la cruz de tu cuello, esa cruz que se dibuja de lado a lado de tus hombros y baja entre senos inertes y creo que lo ví en un tul ocre o en una piel cobre…

No lo recuerdo, esa vez estaba más ocupado deshaciendo mi lujuria, escociéndola entre palabras bellas, tejiendo un cuento para idolatrar la falta de aliento de tus pupilas y el exceso de estamina de tus axilas.

Todo el día de ayer me dediqué a claudicar en la pared, jugosos versos llenos de elixir de este paria hombre.

Todo el día de hoy me lo pasé, rondando y caminando por la barba de tu padre, que sermoneaba a un hijo de nadie, estupefacto me quede al saber que no se refería a mi al decir lo poco hombre que era, pero fue interesante saber que se digiera a tu madre…

Inútil me han dicho, antes y después de la cama, pero nadie durante.

Tal vez sea por cortesía o en espera de que el espectáculo mejore.

Mas nunca me importo hipnotizar a muslos con mis radiantes ojos, ni complacer ropas con astillados besos.

Una vez en el barrio del sur, al anochecer una pequeña niña de ruborizantes ojos verde azulados me paro en seco, y mojado de la incertidumbre de su mirada, estático orine una plegaria.

Ella me contó que en las noches la llorona se lleva a los hombres del río,

que en el día el hombre de negro baja de luto y en duelo a los curas los toma de las orejas y come sátiras y dulces, helechos y mierdas de limosnas.

Y cual milonga la tarde languideció.

Pero lo que en verdad me desconcertó, fue el hecho de que en los sillones de la última casa, ahí donde habitas, estaban llenos de lágrimas falsas y de risas construidas.

Al final del día desperté, el hombre de negro y la llorona se consolaban guardando recuerdos y custodiando cuerpos.

¿Te has dado cuenta que mientras leías todo esto, yo estaba en el cuarto de mi anhelo, destripando mi cerebro y creando consuelo?

Que conseguí infiltrarme en su vida.

E intente descifrar las moscas de sus preocupaciones.

Iluso.

Cretino.

¡Que la función termine, que el anfiteatro se colme de venas, de migajas, de aves rapaces!

¡Todo el mundo unido, todas las miradas unidas!

¡Acérquense todos a ver como me humillo, como me comporto estúpido!

El fetiche de mis besos, de mis caminatas nocturnas, se voltea y dejándome ver su entrepierna, desaparece cual monaguillo en el púlpito del feliz cura.

¿Nunca has oído a un ser enamorado?

Es lo mismo que ver a una gallina comer sin cabeza,

se parece mucho a un banco de lombrices en la boca del tiempo.

No dice nada, no oye nada.

La verdad, no es nada.

Ven, vamos matar al olvido,

a desgarrar al recuerdo,

a curiosear entre morgues de besos y apuñalar lamentos.

Busquemos los olores, los sabores, las vistas de los ayeres enterrados, sepultados por inocencias.

Somos necrófilos y pederastas al final de nuestro llanto.

Lo único que nos llena es acompañar al velorio, sentirnos mejor levantando piedras y ocultando alaridos de amor en los silencios de la lucha de géneros.

Y ante el caballero redentor, nos hincamos y prometemos, rezamos para olvidar:

¡Qué las veladoras consuman los tormentos, que sellen las heridas del corazón!

Frió de verdad ha de sentir él, ahí postrado en el altar, olvidado por necios y llenado hasta el cuello de pliegos sicarios, de oraciones primaverales, para ver que en el otoño de la tarde, las miles de palabras descritas con pasión y arrojos en ellas, son usadas para maldecir, para secuestrar a la noche y llenarla de vacías penetraciones.

Proclamando deidades y nos metemos al fuego de la vida todo por una persona que no sabemos si nos ama.

De la mano y de los huevos nos tiene el demonio de jariosos ojos, el de dientes de oro, aquel que rumia y ruge en las noches precoses, que se llena de pasiones azules y de hijos negros, el mismo que arrulla doncellas y acaricia vírgenes, el que come de la almohada llena de varices por todas las horas de gritos y arrepentimientos nuestros, el que crece cuando deseamos cambiarlo todo, el que en otras culturas se atreven a llamarlo, recuerdos.

Ángel.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sabes, fetiche es bueno, pero es
como una malgama de muchas ideas
a veces como que se pierde la secuencia.

Cuidate.

Att. Hibrido jaja, a ver si sabes quien soy.