miércoles, 28 de enero de 2009

Inspirado en el pánico, parte 1

Quiero encontrar mi amor cerca del ocaso de mi vida, encontrar que soy más del sueño de unos impuros, entender que el infinitivo sólo me hace ver más pasajero. Quisiera comprender porque las rimas nacen de la yuxtaposición de hechos incoherentes y porque la inspiración en el pánico es sublime.

Cerrando los ojos quise contar las gotas, aquellas luciérnagas que morían entorno a mi vientre y adentrándose en mí boca musitaban el adiós, imagine el calor de la arena, el lugar de mi primer beso y único desdén.

Creo, que éramos jóvenes batiendo alas al ruedo del fuego y cerrando las plumas en el cielo rondamos, cuando el sol adentrose en la música de nuestros días, los oídos cantaban algo parecido a Mozart, pude ver el translúcido sudor en tu lengua y oír los ruiseñores de mi excitación. Me adentre al sutil roce de prendas, aquellas que serían siempre las amas de mis ilusiones, de mis eyaculaciones; musité para mí, algo que te hizo reír a carcajadas y sonrojado puse tu mano en la tierra y tu cara en mis besos.

Aluciné con la ropa en la hoguera, cada ves que veo el humo salir de mi boca; regreso a ese día, sus pezones jugando con mi lengua mientras mis dedos castigaban su cabellos, fue la primera vez que lo hacia por amor, y cual sabor de mi puro a vainilla ese sabor tenia su piel cerca del final de su espalda.

Sentado en mi cama, con mi habano casi a la mitad, la toalla hace lo que tu una vez, amarme…

Hoy hace un año falleciste, no puedo sentir las lágrimas fluir pero sé que estoy llorando al ver mi pecho mojado. No fuimos amantes, no fuimos nada, aquella noche te amaba por ser una ninfa, una musa del concierto de mi vida.

lunes, 19 de enero de 2009

Dulce piedad, hermosos recuerdos

Recuerdo cómo las hojas de aquel viejo roble no paraban de caer, cómo la risa de los infantes se convertía en júbilo por la nieve al acercarse.

Siempre tomaba ese sendero por la rivera, con el sol a mis espaldas y los cerezos protegiéndome de la brisa y el rocío de la mañana.

De regreso, ya por la tarde, me sentaba en las orillas del parque en una vieja banca de madera; que era testigo de amores platónicos y de romances idílicos. Allí contemplaba el auge de la luna y cómo el sol regresaba a su morada a descansar.

Somos criaturas de rutinas.

Recuerdo que caminando entre apresurados hombres e infinidad de multitudes de mentiras. Pude a lo lejos percibir un aroma que heló hasta el caminar mío. Pero todo era gris, y no fui capaz de encontrarlo de nuevo.

Esa noche, en mis aposentos tratando de dormir, sentí esa fragancia que ahora despertó mi sed de amor.

Mi imaginación, mis sueños y deseos se fundieron tratando de darle un rostro, tratando de conocer su nombre.

Al siguiente día, todo mi mundo era ella, no podía caminar sin que mi mente y mi esencia se preguntaran si eras esa mujer que acababa de pasar junto a mí o aquella que de reojo ponía a temblar a mí andar.

Fui sin vacilar a aquella plaza de piso de piedras, pero no encontré nada. Busqué por todos lados un atisbo de tu esencia; encontré caminos vacíos, sombras fantasmas pero nada parecido a ti. Pensé que la tranquilidad de la rivera me ayudaría relajarme.

Recuerdo que camine horas y te extrañaba más, que recorrí muchas avenidas y me enamoraba más, solo el sonido de mis pasos en el pavimento era mi fiel compañero, el testigo mudo de amor y dolor.

Recuerdo que veía cómo el sol se ocultaba y te daba nombre y llenaba de caricias, pero el aire las tomaba y las esparcía entre las azucenas.

Todo pasa por una razón, había olvidado lo que es el amor, lo que profesaba pero no lo creía. Y heme aquí inspirado por un perfume.

Los fulgores del día acababan, sólo el reflejo en el río nos decía que había salido el sol.

Con mi andar cabizbajo, inmerso en pensamientos y deseos, esa dulce fragancia hizo que latiera aún más mi corazón…

Ahí, sentada al cobijo de los cerezos, con un mirada llena de vida e inocencia, se encontraba la ama y dueña de ese efluvio, del sortilegio que hizo de mis noches algo interminables.

De pronto sostuvo mi mirar, pupilas se dilataban, viento tomando cabellos cuál águila en caza, atardecer en ocre; sus ojos eran aún más hermosos cuando el sereno se acercaba.

La brisa, las nubes, las ondas del río, todo se apagó en ese momento; era como si en aquel perdido paraíso, sólo existiremos los dos.

Miré como se ponía de pie, se acercó a mí y pasó de largo, tras decir: Buenas noches.

El dolor y el placer convivían juntos otra vez, deseé que no fuera un sueño, que fueras real. De caminar seguro, de andar pausado, sin prisas, con un elegante porte. Pensé.

Y recordé como me gustaban las rosas rojas.

Estaba embelesado, la poca luz intensificaba el color de mi vida, el color de su presencia; la pasión, el romance todo mezclado tras el rojo de sus caireles.

No podía moverme, aún no quería moverme: el miedo a perder el retrato dejado por la figura o, encontrar con que me viera a lo lejos, en mí se precipitaba.

Ahora viene el dolor, pensé al llegar al pórtico de mi casa.

No sabía quien era aquel que me veía en el espejo, estaba confundido sin saber qué hacer. Soñé con su voz, sonrisa, rostro, sus besos perseguidos, miré al infierno y el color de sus recuerdos eran más devastadores, el cielo sólo rugía el sabor de lo inesperado como mis días.

Reía al verme así, me consolaba en los días que no la veía y trataba de olvidarla en las noches cuando mis sentidos captaban su reflejo.

Miles de planes a la basura, cientos de ilusiones, de anhelados deseos se conjuraban entorno de mis recuerdos, le daban nombre, vida. Tal vez era brujería llegue a pensar, ¿una criatura de rutinas?

Mi perfecto escondite se estaba destruyendo

La esperé un sin fin de días, viendo como se apagaba el sol y se encendía la luna.

Talle mi nombre en medio de aquel cerezo donde la vi, y como no sabía su nombre sólo puse: Angel y mi confortable anhelo; deseando que lo vieras algún día.

Repetí esa usanza por todo mi cuerpo, por todos los papeles que llegaban a mis manos. Todas las superficies eran presa de mis deseos y testigos de arrebatadas pasiones.

La pureza de la nieve, me recordaba su noble sonreír, el frío estremecedor hacia que mi sangre recorriera cada músculo y nervio mío, una sensación muy parecida a cuando…

A la distancia oí su risa, la seguí, la busqué, pero sólo el vaho de su vida encontré. Me arrodille y sentí el calor de sus pisadas y aunque patético, me sentí más vivo.

No podía seguir así; me di a la tarea de olvidarla, pero no podía, trataba de concebir otra vida para ella.

Poco a poco me fui dando a la idea de estar solo otra vez, pero el fantasma de su recuerdo estaba latente. No podía alejarme de aquello que me había traído vida, no podía. No quería.

Para mi suerte o desgracia, la encontré de nuevo, con la misma mirada, pero había algo diferente…, La inocencia seguía, el perfume también.

Mis recuerdos no eran tan exactos, eras mucho más hermosa ahora. Creo.

Estoy seguro que despertó de su pensamiento cuando la miraba impasse, con mi boca entre abierta e incrédula, sólo dijo: Buenas tardes.

Ni en mis más perfectas fantasías, tu voz sonaba tan sublime y dulce como aquel día.

La risa de los niños en alegorías estaban, la brisa se había detenido, todo ese espacio era regido por un ámbito idílico.

Tomé valor, ¿de dónde? No lo sé. Respire profundo y respondí: Buenas tardes. Mientras pensaba: mi confortable anhelo.

Ya no necesitaba más de mis sueños ni de ilusiones, ahora la tenía frente a mí.

Recuerdo cómo su mirar se perdía entre mis palabras llenas de miedo. No decía nada, sólo seguías mi boca con su nobleza. Y ahí estaba tan tranquila y yo muriendo por dentro, literalmente. Contemplaba la unión del reflejo de mi persona, del cielo y del poco sol.

Y reuniendo valor nuevamente, pude preguntar su nombre. En un eterno silencio, sonrío, clavó su ángel en mí. El perfume se intensificaba, se convertía en el aire de esa tarde, el rojo de ese ser me distraía de sus labios, sólo dijo entre aquella dulzura tan característica: Mi nombre es...

El sol de la mañana entraba a hurtadillas por entre mi ventana, abrí los ojos y mirando al infinito de su grácil presencia, sonreí un momento, sentía como mi corazón aún latía deprisa. Suspiré, tomé mi soledad. No era la primera vez que sucedía esto, y como deseaba que fuese la última. Y dirigiéndome al vacío de la vida, pensaba, no pudo haber sido un sueño. Reía para no llorar, y deseé con todo mí ser que fuera de verdad….

lunes, 5 de enero de 2009

FETICHE

Incrédulas miradas,

frenesí de olores.

Cúspide de corrupciones.

La canción de mis ecos.

La excitación de mis pupilas,

la irritación de mis hijas.

Quietamente, mi idilio se convierte en un exiliado.

El límite se ha sobrepasado, basta de juegos,

es suficiente de esta porquería.

Ícaro no fue lo suficientemente sagaz para conseguirlo,

el sol, el fulgor dorado, llena de ecos la miopía del rinoceronte,

saca a vuelo dragones drogados, unicornios extasiados.

Irradia calor a la bella luna, mientras

las hijas de Eva, solo yuxtaponen sentimientos entorno al sonido de mis lamentos.

Adoramos rosas, juegos, violencia y almizcle.

Amamos insolencia, ríos de violeta y jicaques cerezos.

Idolatramos futuros y sombras de pieles, piernas y oídos.

No queremos morir solos, pero la soledad es la única que se atreve a hincarse envés frente a nosotros.

Que lloren los alfanjes, que rían los copiosos barrocos, los avatar misóginos.

Que mi ira y mi amor cual alfaguara cople los sentidos de mi última noche, de mi pesada trémula inocencia de miradas salaces.

La tristeza, la nostalgia nos sirve para terminar lo que no fuimos capaces de hacer una vez, nos recuerdan lo poco humanos que somos y los dioses solitarios que imaginamos ser.

El cuadro de la vida en frágiles rubíes yace.

El yugo de una mirada sorpresiva, la caída de una sonrisa inexpresiva,

el dolor de no tener a nadie, o de que éste sólo esté en nuestro pasado, es el color diario de nuestros pesares.

Y ni la madre que nos parió y nos hizo ver la luz por vez primera, tiene tal respuesta

¿Por qué amamos el pasado, el volver a él?

Los jilgueros cantarán por última vez, los ruiseñores se ahogarán entre sus irrisorias jactaciones, que otros se atreven a llamar cantos de amor.

El amor te hace vivir, creo.

¡Muéstrame a alguien que no haya amado como dos, que nunca su corazón se haya roto, enséñame a la persona con el corazón frió y la cabeza candente de sentimientos!

¡Hela aquí! Es lo unió que quiero oírte decir.

Mientras tanto eyacularé sobre las faldas de la nostalgia, le haré el amor a la sombra de mi olvido.

Ven, y oye mi canto,

ven, y te enseñare mis letras por algo que no tengo,

por algo que no encuentro, que sé dónde lo dejé, pero ya no me recuerda.

La oscuridad va venciendo mi jocosidad, va derrumbando cada hebra de mi cabal, cada pistilo de mi respirar y consumiendo cada introversa mía; en pocas palabras no entiendo nada, no quiero nada.

Ojos,

boca,

el puente de mis gélidas poesías,

la luz de tus impotentes fragancias,

la huida, la fuga, el grosso modo de mi amor por ti

y la destreza de mi lengua entorno a tus cabellos, cual simio entre una jauría de hienas es. La única ventaja que alcanzo a poseer ante ti, es la mentira de tus palabras que rezan, que alaban el poco vaho de mi cariño.

Torturar, amar, dominar al intangible suspiro de tu boca.

El poeta sin cartas.

El músico sin colores.

El pintor sin melodías.

La vida sin paradojas.

Vació al fin, caos al fin, eternidad y frivolidad,

garúas de ayeres entorno a mis dañanas pupilas he imaginado,

y deseado que cambie todo, deseando que mi Dios me perdone.

Que me pidas un quejumbroso beso, un exquisito adios.

Morir, vagar entre los cielos de opio,

que el amante peyote se lleve la poca fe en mí y la mucha esperanza del jaguar rendido de mi entrecejo.

Dormir y amar en tristes recuerdos.

La verdad, no sirve para mucho,

sólo para recordarnos lo poco sabios y la mucha cabeza que tenemos, para que todo al final no salga como lo planeemos.

Mi fetiche, mi idilio, mi religión, mi santo ayer.

Te fuiste sin recordar que en la nevera esta mi humilde venganza.

Fetiche mío, perdiz de mi esperanza, te olvidaste de recoger los trozos de los platos ociosos de mis ojos.

Y qué decir de la vez que me miraste y dije, puta madre.

Qué decir de la vez que me besaste y recordé el guiso de mi madre.

Te recuerdo entre pasiones arrambladas y excursiones de vid iracundas,

te amo en la noche de jirones y en el satín de mis deseos.

Olvidarte es un pecado. Pero igual sé de religión, lo que Picasso de la antártica.

Hadas de poca ropa vuelan en mis pos de mis sienes, como quiero que vuelen más bajos para alegrarnos el día a todos.

La cruz de mi parroquia de ocre es, creo, hace tiempo ya que la limpiaron.

Extraje de mi mente, bajé de mi cerebro la cruz de tu cuello, esa cruz que se dibuja de lado a lado de tus hombros y baja entre senos inertes y creo que lo ví en un tul ocre o en una piel cobre…

No lo recuerdo, esa vez estaba más ocupado deshaciendo mi lujuria, escociéndola entre palabras bellas, tejiendo un cuento para idolatrar la falta de aliento de tus pupilas y el exceso de estamina de tus axilas.

Todo el día de ayer me dediqué a claudicar en la pared, jugosos versos llenos de elixir de este paria hombre.

Todo el día de hoy me lo pasé, rondando y caminando por la barba de tu padre, que sermoneaba a un hijo de nadie, estupefacto me quede al saber que no se refería a mi al decir lo poco hombre que era, pero fue interesante saber que se digiera a tu madre…

Inútil me han dicho, antes y después de la cama, pero nadie durante.

Tal vez sea por cortesía o en espera de que el espectáculo mejore.

Mas nunca me importo hipnotizar a muslos con mis radiantes ojos, ni complacer ropas con astillados besos.

Una vez en el barrio del sur, al anochecer una pequeña niña de ruborizantes ojos verde azulados me paro en seco, y mojado de la incertidumbre de su mirada, estático orine una plegaria.

Ella me contó que en las noches la llorona se lleva a los hombres del río,

que en el día el hombre de negro baja de luto y en duelo a los curas los toma de las orejas y come sátiras y dulces, helechos y mierdas de limosnas.

Y cual milonga la tarde languideció.

Pero lo que en verdad me desconcertó, fue el hecho de que en los sillones de la última casa, ahí donde habitas, estaban llenos de lágrimas falsas y de risas construidas.

Al final del día desperté, el hombre de negro y la llorona se consolaban guardando recuerdos y custodiando cuerpos.

¿Te has dado cuenta que mientras leías todo esto, yo estaba en el cuarto de mi anhelo, destripando mi cerebro y creando consuelo?

Que conseguí infiltrarme en su vida.

E intente descifrar las moscas de sus preocupaciones.

Iluso.

Cretino.

¡Que la función termine, que el anfiteatro se colme de venas, de migajas, de aves rapaces!

¡Todo el mundo unido, todas las miradas unidas!

¡Acérquense todos a ver como me humillo, como me comporto estúpido!

El fetiche de mis besos, de mis caminatas nocturnas, se voltea y dejándome ver su entrepierna, desaparece cual monaguillo en el púlpito del feliz cura.

¿Nunca has oído a un ser enamorado?

Es lo mismo que ver a una gallina comer sin cabeza,

se parece mucho a un banco de lombrices en la boca del tiempo.

No dice nada, no oye nada.

La verdad, no es nada.

Ven, vamos matar al olvido,

a desgarrar al recuerdo,

a curiosear entre morgues de besos y apuñalar lamentos.

Busquemos los olores, los sabores, las vistas de los ayeres enterrados, sepultados por inocencias.

Somos necrófilos y pederastas al final de nuestro llanto.

Lo único que nos llena es acompañar al velorio, sentirnos mejor levantando piedras y ocultando alaridos de amor en los silencios de la lucha de géneros.

Y ante el caballero redentor, nos hincamos y prometemos, rezamos para olvidar:

¡Qué las veladoras consuman los tormentos, que sellen las heridas del corazón!

Frió de verdad ha de sentir él, ahí postrado en el altar, olvidado por necios y llenado hasta el cuello de pliegos sicarios, de oraciones primaverales, para ver que en el otoño de la tarde, las miles de palabras descritas con pasión y arrojos en ellas, son usadas para maldecir, para secuestrar a la noche y llenarla de vacías penetraciones.

Proclamando deidades y nos metemos al fuego de la vida todo por una persona que no sabemos si nos ama.

De la mano y de los huevos nos tiene el demonio de jariosos ojos, el de dientes de oro, aquel que rumia y ruge en las noches precoses, que se llena de pasiones azules y de hijos negros, el mismo que arrulla doncellas y acaricia vírgenes, el que come de la almohada llena de varices por todas las horas de gritos y arrepentimientos nuestros, el que crece cuando deseamos cambiarlo todo, el que en otras culturas se atreven a llamarlo, recuerdos.

Ángel.