jueves, 30 de diciembre de 2010

Ruego

Quiero ser el aroma con que despiertas en la mañana, la huida de las sabanas, el calor de una mirada tímida. Me encantaría ser el fuego que nace de tu vientre, aquel que derrama tulipanes, que se interna en la oscuridad perenne de tu pelo.

Quisiera ser la hora del baño, aquella donde la intimidad y la dulzura se mezclan, donde la pasión desmedida y la unión de estrofas no es necesaria, me encantaría ser el firmamento con el que sueñas despierta, ser los árboles que cobijan tu andar, la sombra que mece tus pasos y el aire que besa tus labios.

Quisiera ser la razón, la emoción que sale de tu risa, el ruiseñor de tus labios, el indómito sentido de tus ojos y sobre todo la paz que refleja tu amor. Me encantaría ser el sonido que produce tu corazón cuando corres, el eco que despiden tus lágrimas, el mar oculto en la perla de tu voz.

Quisiera ser la hora en que estás más atareada, para poder poseer cada hebra de tu cuerpo, ser el miedo que recorre tu espina y así estar tan cerca de ti que cuando yo hable tu mundo calle. Me encantaría asir tu vestido como lo hacen tus hombros, dibujar tus piernas como lo hace el sol, ser la textura de tu día.

Quisiera ser como tu tiempo de reposo, verte como princesa, cerrando los ojos y abriendo los sueños, ser tus recuerdos para ver la niña en que fuiste, ver la mujer en que te convertiste. Me encantaría ser esa taza de café que emancipa tus labios y dicta tu usanza, ser la ropa en que duermes, la canción que te adormece y tu respiración más lenta.

Quisiera ser tus pesadillas, ver como al sudar tu cuerpo es más hermoso, despertarte en medio de la noche para que llames mi nombre, ser la oscuridad que te abrasa y la luz que trae paz. Me encantaría ser la almohada, los vértices de tu cama y el tul con que se regocijan tus cabellos.

Quisiera ver el dormir de tu piel salvaje, oír la brisa de tus labios y el furtivo reflejo de tus movimientos. Me encantaría estar entre tus cortinas y ver como combinas con el amanecer, sentir tu furia cual al despertar ves que no es el día que tengas que salir.

Quisiera ser las horas placenteras en tu cama, del dormir y leer, de meditar y menguar, de sentir tu cuerpo explotar por la mirada de placer. Me encantaría ser el sudor que roza tu piel, que duerme en tu tez y cual rocío unge tu casa de aroma a miel.
Quisiera ser las letras que lees, el sentimiento que no sabes que es, ser el ayer y el que viene, ser la música y la dulce pradera, el angosto tiempo, la larga travesía, ser la melancolía de amantes, la musa del fuego que derrama tulipanes, que se mete en tu cabello como dedos. Me encantaría ser el aroma con que despiertas, la huida y el regreso, el calor de tus besos…Me encantaría ser el poeta de tus rezos, el idílico de tu cuerpo y no ser el que el que acecha tu regreso, el que espera y llora, el que no ve más allá de los rezos, el que canta que para olvidarte necesita nacer mil veces y morir una solo una vez en tus brazos.

Quisiera ser el final de ti, tu complemento, el que hace reír tu cuerpo, el que maldice tus manos cuando no tomas mi alma. Me encantaría no sólo ser este sentimiento, sino el que ves en sueños, el que relata pasiones, deseo con toda mi alma y mil lagrimas ser el que amas y el que miras, el que no olvidas, la canción perdida, el que duerme contigo, el que une los mundos

Quisiera que fueras mi único sueño hecho realidad…

viernes, 17 de diciembre de 2010

Vicios translucidos

De mi garganta las espinas no se detienen, 4 lunas en el habito de tu mirada, cierro los ojos al compás de tu color, de aquella fragancia que me come y al mismo tiempo deshilvana las pocas hebras que me quedan, el latir con el que empiezo el día, es el ritmo yuxtapuesto de la melancolía por tus besos que cual mangar en época de rezos veo y mancillo con ferviente idolatría.

Para ti que eres mi muerte, mi juventud concubina. Mi exangüe de querubes. Para ti que estas ausente y el eco de mi respiración choca con la trémula agonía de tu risa.

Noche de luz sin matiz, las velas se duermen y el eco de tus manos llega solo a la alcoba de mi orgasmo, siento como tu pecho se inflama y como tras besar tu nuca, la epidermis se vuelve etérea, translucida, las paredes haciendo lienzos de nuestros cuerpos y el alud de mi boca tomando el cristal de tus recuerdos.

Tengo sed de tocarte, de comer cada gota que se desliza por entre tus venas, corromper la brusca ternura de tu piel, ser el amo de la mansa dureza de tu lengua.

Para ti que emancipaste mi duelo, y entorno a la fragante atmosfera de mi lecho eres la dueña de mis vicios, de mi terca manía de tenerte y no beberte. Para ti, la caricia perenne, la causa perpetua

de mis manos, la cólera arrambla tus cabellos a mi vientre, mueres y vives. El cantar de mis locas ascuas, el vomitar sobre pieles de niños sin almas, todo no se compara con el sadismo de no tenerte, de extrañarte y morir en los mosaico una y mil veces, imaginando como el cadáver de mi amor rueda sobre tulipanes.

Asesine a la noche, la luna fue el testigo de mis violaciones, hoy no siento el amor de tus senos, no veo el calor de tus labios.

Ruego por tenerte y no tocarte, por tocarte y no desearte, por desearte y olvidarte, por ser para ti, como la sed en mí de, vicios translucidos.

sábado, 25 de septiembre de 2010

6:30 pm

Rugiente el péndulo de un ayer sin trémulo, la atmosfera se llenó de tu silencio entrecortado, miles de acordes-dedos musitaban un trinar de placer, el hombre no fue hecho para hacer esto, son las 6:30 y la melodía, el inventario de pieles empieza.

Mansamente comienza el delirio, nos ponemos máscaras; corrompemos las cortinas, la sala, los marcos de las ventanas nos regresan las miradas furtivamente. La sonrisa del reloj Gucci, crea la atmosfera perfecta,sólo la desnudes de tus huesos marcan las seis y treinta de la tarde.

Hilvano palabras de la radio con las de tus pechos, yuxtanpongo el ritmo del amor con la sensatez de un vaso de agua, Empieza y acaban, descubró como el personaje de mi pueril adulto, juega a ser olvidado entre tus besos; dejan de ser las 6:30.

Olvidarme
de la torpeza de tus
cabellos-serpientes
de
tu
quimerico
gemido, qué
cómo una sanguijuela estremese el tronco del delirio.

Enmedio de la cocina los ratones apuestan, el olor es de narcisos y yeguas pariendo flores. El ratón más viejo se acerca a ellos. Las seis treinta quedarón en el eterno vacio, ahora llegán los insectos y cual troya mi cocina rompé en un oasis... fuera de esto, el monstruo del armario se jacta; mi placer terminó, mi pareja cuál colibri duerme, los ratones y la cocina son presas, son matices de hierba arrancada, pero él, sólo él, es el señor de una vida, de aqulla que trasncurrio entre el primer segundo y el penultimo de las 6:30 pm

jueves, 4 de marzo de 2010

Me llaman el señor de los grillos

A lo lejos “Hotel california” me recuerda una navidad, una navidad cerca del final de mi infancia; no fue especial, pero el hecho de que una bestia persiguiese algo, me trae una sensación de nostalgia, que nunca había sentido.

Oigo las noticias, futbol y gente muriendo, no presto atención a la televisión, sólo gasta luz y me ayuda a concentrarme. Fuera, la luz opaca llama lluvia, el sol desciende. El mundo caya y dos lunas salen al desquite, las cortinas; un recuerdo de mi abuela, color naranja, tono papel periódico, tapan el holocausto de olor a tierra húmeda.

Vagando encontré este edificio de apartamentos. En el sexto piso, uno deshabitado, cerca de 70 metros cuadrados a un precio envidiable, mejor dicho a un precio que agredía mi intelecto. El edificio color terracota, con unas jardineras llenas de muñecas y de algo parecido a pensamiento o azaleas, se encontraba a mitad de la acera, no tenia estacionamiento, pero si un halo de tranquilidad y polémica. Diez condominios, uno en cada piso, todos de igual tamaño, tres recamaras, un baño completo y otro sin regadera, una estancia que servía como sala y comedor. Ese apartamento no tenia cocina solo un espacio vacío que daba a la ventana de la calle. Y mas que un regalo, fue para sacarme de la casa, mis padres confabularon con los agentes inmobiliarios y, en menos de una semana, casi me arrastraron hasta él. La verdad fue práctico, porqué mis cosas ya estaban ahí.

Sentía esa nostalgia, “el techo lleno de espejos”, mi vida siendo el espejo de mi hermano muerto, murió como vivió, eso me llena de un orgullo oropel; a lo pendejo. Nunca me gustó esa canción, sobre todo porque una vez tuve la oportunidad de ir a Baja, y no me invitaron nada. Leía todos los días, veía pornografía, antes de levantarme a empezar a leer, después de leer, empezaba mi desayuno, pan con huevo, o solo pan, dependiendo de mi estado de ánimo o de conciencia. El departamento, mi hogar, mi jaula, me era sosegadamente a mi manera, el no me quería ahí y, yo no me detenía a pensar que hacer para estar mejor. Me recordaba a un cuento de Murakami, entre los pisos seis y siete, había una pequeña estancia: dos otomanos, y un sofá mediano, de dos plazas, con un gran espejo barroco que reflejaba la ventana detrás de ese cuarto, un espacio que hice mío. En las tardes me salía a espiar a los vecinos, espiarlos porque de verdad no tenía ni una pizca de cortesía o ganas para presentarme, llevaba un mes casi ahí y solo conocía, a la pareja del apartamento siete, los conocía por sus nombres, ella “puta” y el “hijo de perra” o en su defecto “impotente”, nunca los había visto, pero me sentía como parte de ellos, cual conciencia que les dice: por ahí no, no mames y, ¿te llamas a ti misma mujer?, eso lo hacia como de las 9, a la hora de la cena y, hasta las 11 u 12 de la noche.

Espiaba, me sentaba en un otomano, ungía el espacio de olor a vainilla o chocolate, con un puro en mi mano y en la otra un ligero libro de poesía, por lo regular “el viejo testamento” o en su defecto “cien años de soledad”, ese lugar no era único, no tenía música, y como eran las cuatro o cinco de la tarde, oía a los críos llorar o pedir tonterías o hacer cosas sin nada productivo que hacer.

No tenía mascotas ni con quien platicar, una vez a la semana venía una persona para hacer limpieza y lavarme la ropa, y el fin de semana me traía mi ropa y algo de comer, o regaños de mis padres. Mas bien no debía tener mascotas, perros era alérgico, gatos siempre los cazaba, peces luego los desayunaba, hámster, hurones, rata y/o ratones servían de experimento para medir la resistencia al calor, al frio, a la presión, al fuego o a cualquier fenómeno de la naturaleza que se me ocurriere.

Cerca de Semana Santa, o del Tanabata. Nunca he sido bueno con las fechas…

-¿Quién eres?- una voz andrógina de las tinieblas se escurría y se postra en el envés del espejo.

-Soy un vecino.-Sobresaltado porque no veía donde estaba mi interlocutor, tal ves fuera un soliloquio- ¿Quién eres?-

-Yo pregunte primero, además, nunca te he visto en las juntas de vecinos, o enfrente en el restaurante. Casi todos los vecinos almorzamos allí, bueno no todos y no casi siempre: mi papá, mi mamá y yo sí, junto con la pareja del séptimo piso, ¿sabes? ellos no pueden tener bebés, y quieren comprar uno, creo que es por que el no sirve… así dice mi papi.-Entrecerrando los ojos ve el puro de mi mano derecha, vuelve la mirada al otomano vacio- ¿Así qué eras tú?

-¿Así que era yo?-Volviendo la vista al otomano, yo estaba sentado en el sillón, los otomanos, estaban enfrente del sillón.

-El que siempre deja apestando a vómito este lugar. Mi mami, siempre dice eso cuando saca la basura, pero a mi me gusta el olor a chocolate, como el que trae hoy.- Le ofrecí uno en broma, tomó la caja de metal con los puros y los guardó-. Hazle otra vez así; yo no puedo levantar sólo una ceja. ¿Quién eres?

-Vivo en el sexto, me mudé hace como medio año. ¿Cómo te llamas?- La invité a sentarse en el otomano y con la otra mano le pedí que me regresará mis puros.

-¿Vives abajo de mi?- Me regresó, pero solo una envoltura de dulces, abrió la caja y con un fuerte inhalación aspiro todo el aroma de los puros, cerrando los ojos-. Me gusta el chocolate, pero no me dejan comerlo mucho, porque me ponga imperativa, me llamo Arabel Kaede, pero me dicen gitana, por los rulos de mi pelo castaño,- tomando uno rulo, llevándoselo a la boca-, no se que significan pero me gusta mas Arabel

-Lindos nombre.-Tomando la envoltura y las remanencias de mi puro y tirándolas en el cesto de basura- aunque algo raros, pero suenan lindo, ¿cuántos años tienes?

-¡Gitana!…Arabel, ¿dónde estás?-Recio una voz de mujer, abajo en las escaleras.

-Es mi mamá, siempre está preocupada por mi, nunca me deja hacer nada sola, ni mucho menos hablar con extraños,-decía mientras de reojo veía de donde venia la voz de su madre, sacó la caja de puros, y me la entregó.-Adiós

-Saludos a tu familia.-No supe que más decir.

Mientras se despedía, susurro algo al viento y se alejo sin pausa, bajando uno a uno los escalones, volteo a verme y sonrió.

Esa noche soñé con las tierras fértiles de un tártaro endeble, con el Aranjuez de las nubes con sol, con la sonrisa de Arabel y el significado tácito de aquella ultima sonrisa, me desperté cuatro veces, iba al baño, me asomaba en la ventana y cansado de leer a Lope de Vega. Espere el amanecer.

El comedor de enfrente, no estaba lleno, había tres parejas, los del séptimo, una vieja pareja y los del quinto, que era donde estaba Arabel, sentada, desayunando hot cakes con helado de vainilla y unas fresas; el comedor era sencillo, austero y lleno de olores familiares, sí es que así olían las familias. Me senté cerca de la puerta, pedí un café frío y unas galleras rancias, el café estaba algo caliente y las galletas algo vivas. En la esquina una radio de hace años, que solo le servía una bocina, así que la música consistía en medio minuto de estática, unas voces en celta y una melodía llena de sarcasmo. No eran más de las ocho de la mañana, cuando el comercio se lleno de viejos pedantes y, el ambiente, careció de significado. “Nunca más regresaré a comer aquí”, pensé, mientras salía del comedor y me dirigía a comprar unos puros de vainilla en el mercado del oeste, después de buscar, no encontré los puros que siempre fumaba, compré los que más se parecían, sin aroma dulce. Fumé uno para comprobar su consistencia, durabilidad y aroma, no estaba tan mal, y de improvisto, llegué a un café internet y aparte de revisar mis correos, de mandar algunos currículos, busqué el significado los nombres, y llené cadenas para saber cuando iba a morir, la tarde llegó y con ella el hambre de un ser sin dinero. Comí algo de un puesto cerca de una escuela, era caliente y lleno de melaza, con eso el hambre paró se angustió y durmió todo el día.

Me gusta dormir cuando llueve, dormitar con las ventanas abiertas y los pies embutidos en franelas limpias. Acostumbraba acostarme en el suelo, de donde debería estar la cocina, encima del tapete y los ventanales abiertos de par en par, esto me sumergía en un estado prosaico, laxativo de ideas y sueños semi-húmedos. Era virgen todavía, pero un maestro en el arte de la manuela, era un ser de largo y alto rendimiento, así era como me describía en las páginas de cuidos o para encontrar un amor frío en un web sites calientes o prosaicos twitters. Solo había tenido una novia, de actitud aniñada y brazos de muñeca, duré con ella cerca de 5 años, era un lugar lleno de privilegios y dádivas.

La conocí en la escuela, en la clase de pintura, una belleza exótica, casi barroca, pero con un halo de inocencia que paraba el arcoíris de los robles, se llamaba, Clara no se que mas. En una noche que tuvimos que hacer un trazo de la calle municipal, viendo las perspectivas y añorando que las sombras salieran, y las nubes se fueran, íbamos de tema en tema como un rinoceronte entre ajedreces, cuando ella callaba, yo también, cuando yo empezaba a musitar algo, ella gritaba los colores que no veía y viceversa.

Era casi platónico la ensalada de las emociones de esos días, Clara era más grande que yo, más sabia y también algo más distraída, no paso mucho antes de que nos casaran en la escuela, ni mas en aceptarlo nosotros, éramos jóvenes, amantes de mano sudada de besos embobados y ensalivados al extremo, cuál Niágara el amor fluía entre sedimentos de comida y, cariñosas, miradas envés. Crecimos juntos, soñábamos con casarnos en un día mal ávido, pero las noches no eran iguales que los días, estaba el sol y con esté su reflejo, su sombra me aterraba, era como un vestigio de dulcinea y una mantis religiosa, no era que las mantis me aterraban, ¿pero de dulcinea?, hice ofrendas a Dios, a Satán, a Buda y a Wody Allen, pero sin respuesta o me regresaban mis cartas con un breve y conciso: “Lo sentimos, el personaje histórico que está tratando de localizar, está desconectado o fuera del área de rezos, le sugerimos no estar chingando. Atentamente La Administración”.

Esos cinco años, las manos sudadas sobre la ropa, cabellos y esfínteres, era lo más que hacíamos. “Nuestro rito”, le llamábamos, parecíamos gatos espulgándose, lamiéndose, comunicándose y después vomitándose… ella siempre antes que yo, lo cuál para mí era un indicio de trampa. En los primeros dos años, nos perdimos el asco, el pudor de oler las entrañas, sólo nos tocábamos con la punta de la lengua, de las uñas enraizadas. Al tercer año las lenguas fueron sustituidas por los pies, el problema eran las uñas enterradas, al cuarto año los codos eran el placer de las mustias horas de placer, mi placer era el sonido oropel lánguido oscuro opulento orangután nada comparado a este mundo, salvo por el de una gata amamantando a un doberman, pero, al quinto año, donde conocíamos los lunares del otro, la forma de hacer muecas, el sonido tácito de los parpados besados, nunca culminamos un coito, siempre el sol salía y asustaba mi idilio. Recuerdo que cerca del final de aquel año, Clara se metió al baño conmigo, mientas acabada de compostar la media docena de galletas de animalitos, me miró intrigada, se desnudó, se baño, en la regadera, y me invito a pasar, era la vez primera que la vi desnuda. El agua sobre sus caderas, la hacia lucir más desnuda, le concedía un ámbito de realeza sin igual, discerní entre seguirla o desmayarme, mi razón pesaba pero mi estoicismo prevaleció y eyaculé sobre sus piernas y salí llorando. No recuerdo nada más, porqué del susto resbalé y choque contra mi padre e inconsciente caí. Desde entonces mis acercamientos con las mujeres solo eran de revista, hojeaba, rascaba y olía pero nunca penetraba o hacia surcos con los dientes.

Desperté con una ganas de volver la melaza de ese día pero como tenía algo de hambre preferí que evolucionará en mi estomago, pasara por el duodeno, íleon y al intestino delgado por unas horas y acabase depositado en el ciego y el hambre se fue con agruras.

El espectáculo de mis vecinos del séptimo piso hipnotizó mi descanso, lo abrevio y después del cuarto paseo carnal, dormía como un bebé.

Los Días pasaban, no conseguía trabajo, pero tenía algo de dinero de mis padres, que me daban algo para sacarme de la casa. Hasta cierto punto creí que era justa esa paga, pensé en exigir más prestaciones, seguro médico, vacaciones, pero ese día el patrón estaba en junta. Siempre que iba con ellos, mi visita se sustentaba en cinco minutos de ver cómo estaban ellos sin mí y los otros cinco, tratándome de correrme lo mas deprisa, hasta que mi dichoso padre, sacaba de su bolsa izquierda un fajo de billetes y me los entregaba, mi madre lo veía con ojos de perro faldero y asentía mil veces, y con ellos la bendición de los padres estaba dada, no necesitaba persignarme, ni otras usanzas románticas.

Acostumbraba, cuando iba, casi siempre cada tercer sábado en la tarde, pasar luego a una tienda por un pan que desde niño siempre me atrajo, por su forma, sabor y durabilidad. Nunca supe como se llamaba, solo lo tomaba y ya, siempre cogía seis de ellos. Uno en el camino era degustado, mientras los otros guardaban un respetuoso ayuno en la semana.

De regreso un día, que fui a visitar a mis padres, no tome el bus como acostumbraba, el día estaba como me gustaba: el aire olía a tierra húmeda, gris en el cielo, aire andino, la boca se llena de lluvia entrecortada, de caricias pueriles, donde los caracoles arrullan a gotas, lo grillos armaban el camino de mi andar, no veía mujeres sino Auroras, no veía hombres sino Minotauros, no había niños solo Edenes y entre ellos cerca de mí, delante iba con paso parsimonioso Arabel, musitando odas a Zeus, maldiciendo al tiempo gigante, y a insectos lacayos que se atravesaban ante sus suelas. Iba con un paraguas anaranjado, un a chamarra azul y unas botas en tono medio hipócrita y enserio verdoso, la veía caminar, ella observaba como las gotas se rehusaban a caer. Paró en una tienda y cinco minutos después salió apresurada con una bolsa debajo de la chamarra. De reojo la alcance a ver, sacó la lengua y me siguió hacia el edificio, que no estaba a más de cinco cuadras, pero antes de llegar teníamos que atravesar un parque, “los recuerdos de un mañana”, así rezaba un monumento en el zócalo del parque. Yo iba por delante, ella se detenía de vez en cuando solo para ver mí andar, cuando eso sucedía volvía hacia ella, la veía y con aires de padre le esperaba.

-No quiero ir a casa,-sentándose en la hierba húmeda.-La verdad ahora que no tengo que ir a la escuela, me quedo en casa sentada, viendo como se desintegran mis hermanos y cómo mis padres solo se hacen más viejos.

-¿Te sientes bien?

-No quiero ir a casa, tengo hambre,- me senté junto a ella y le di un de los panes, me miró y con un gesto negativo se levantó.- Llévame a un lugar a comer.

-Y, ¿qué dirán tus padres?

-¿Qué van a decir? Nada.

Me levanté y mientras me dirigía a casa, ella desapareció de mi vista. Más tarde supe que se había ido a comer con una de sus amigas.

Esa noche oí como en la estancia, al principio no le presté mucha atención, el televisor estaba encendido, me éxito la idea de que mi pareja, mi dulce novela estuviera ahora entrando a una nueva etapa. Me levanté presuroso, yo dormía en el cuarto al final del corredor, me acerqué donde se encontraba la recamara de la parejas, o eso era lo que yo creía, ya que ahí se oían con más frecuencia las peleas; era el cuarto junto al baño, en este cuarto estaba mi estudio, algunos libros de Gabriel García y otros de conocidos incrédulos; me gustaba pasar el día ahí, viendo las ventana y escabulléndome en ideas y sueños, corrompiendo a la filosofía mas bella del mundo y profesando a la mujer más pasional de este lugar. Pero no eran ellos, no podía oír nada… ella recitaba:

“Escrito está en mi alma vuestro gesto,
y cuanto yo escribir de vos deseo;
vos sola lo escribisteis, yo lo leo
tan solo, que aun de vos me guardo en esto.

La bruma de los tiempos caía sobre ella, abriendo la puerta ella, para oírla mejor; sola en la estancia quedamos…

“En esto estoy y estaré siempre puesto;
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.

Me le acerque y sentándome en un otomano le puse la atención necesaria, ella transpiraba bajo ese tul achocolatado, sus vellos tiernos y perennes alumbraban como semáforos en autopistas estatales, la luna jugaba con los reflejos del espejo, ella en medio de los dos, haciendo hincapié en cada palabras me miraba con avaricia, buscando mis brazos para segar sus lagrimas con besos entrecortados, pero solo fue un ademán, sólo eso:

“Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma misma os quiero.

-Me lo enseño mi padre, antes leía mucha poesía porque cómo era tímida o algo lenta para hablar, eso me ayudó a mi dicción.- y siguió:

“Cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir, y por vos muero.

-Este siempre me contó mucho trabajo, pero me ayudo a pronunciar mejor, mis padres me creían una idiota, porque no hablé cuando debía y mucho menos hablé tan bien a una edad ya deseada, así que por sugerencias de un pariente sicólogo, todas las tardes leía algo así de complicado y hermoso, si no mal recuerdo es de La Vega.

-No lo pude oír como desea, la verdad estaba muy dormido y creí por un momento que eran nuestros vecinos del séptimo, pero para mi grata sorpresa y, ¿sabes? sí esto fuera las Indias y yo fuera un sacerdote y tu una marquesina, estaríamos dentro de la novela de García Márquez.

Ella no le dio importancia a mis palabras, caminó hacia mi departamento y ahí parada me dijo:

-Entonces no entrarás a mi celda, y me cantaras todos los sonetos, ni jugaremos a quemar nuestros pecados en el halo de la inmensa oscuridad de una excitación de juegos- me acerqué a ella y mientras la miraba,- no voy a morderte, quiero ver cómo vives.

-Sabes muy bien que no puedes entrar, sin permiso de tus padres- Mi aliento entrecortado pedía a gritos que no hubiese oído mis palabras.-Pero por un día no importa, además ya es tarde y no es hora de que estés afuera sola-sonrío y poco a poco entro.- El otro que te dí el pan, encontré el significado de tu nombre.

-Gracias, pero ya sé lo que significan, y no me gustan.

-Dime, sabes lo que significa el poema que estabas recitando hace rato.

-Un hombre solo y enamorado, sufriendo escribe cada letra, imaginado como su amada toda esas palabras y las unge en su vientre, en sus cabellos su tinta lava los pecados, y el amor depositado en el poema le hace sentir mujer, sentir como si él estuviera presente en su lecho, y como si ella fuera las gracias y la sonrisa que le refleja el papel- sentándose cerca de mi camastro-, me gustaría sentir eso, pero no puedo, no se cómo. Además mis padres dicen que el amor solo es un boleto para tener más responsabilidades.

Me dio pena seguir oyendo sus palabras tiernas, me sentía usado y por momentos como otro perro de “la Venus de las pieles” sufría y me gustaba, siempre y cuando ella fuera el fuete y la dulcera de mis llagas.

-Me gusta más como suena Kaede- le decía mientras acariciaba su cabellos.- Significa hoja de arce, y Arabel lindo altar. Son ricos los nombres en presencia, pero al final tu los haces valer, esto pasa igual cuando el amor está presente, no siempre es igual, aunque pongas todos los vasos en el mismo orden, el ambiente es diferente.

-No me has dicho como te llamas, tú sabes mucho de mí, pero yo nada sobre ti- decía mientras tomaba mi mano y la besaba- tienes lindas manos, y huelen muy bien, me recuerdan a mi padre pero no me da esa sensación de algo raro.

-¿Para qué deseas mi nombre? No importa que pase, ni como me llamé, además éste puede hacer que lo que pase se oiga peor.-Encendí un puro y abrí la ventana, ella con ternura ya dentro de mi cama arrojo sus prendas al abismo.- pero, ¿sabes? Me llaman el señor de los grillos.

Girasoles cerca del mar

Bueno este es un cuento en el que estoy trabajando, les dejo las primeras dos partes, saludos

  1. Sembrar luces

Sunflower de Henri Mancini inundaba el lobby del hotel; el destello abrazaba a cada persona que entraba y se depositaba sobre los sillones de gran color, mármol teñía el reflejo de los ojos, sangre canario; un tono de insurrección.

Entré en la misma habitación de siempre. La 315 se encontraba en el cuarto piso, siguiendo la numeración de los 400, por eso me gustaba; era como yo, una situación en un contexto diverso. Como era de esperar acababa de ser desocupada por una pareja idílica. Me tendí en la cama sintiendo el calor perenne, la pasión arramblada entre amantes. Mis ácaros, aquellos fieles guardianes reposaban sobre el tul aún mancillado, comían, crecían y copulaban de las hebras dejadas atrás. Sin abrir las cortinas aspiré el sudor, imaginé el crujir de las vertebras sobre el lodazal, cinco minutos después me mareé de tantas emociones, al sexto minuto llamé al ama de llaves para que otra ves, como cada quince días limpiara la habitación mientras me bañaba y tarareaba un soliloquio de Murakami.

Tendido en la cama completamente desnudo, apoyé mis pies sobre la cabecera, mis manos tomaron la navaja de rasurar de mi cuello, la rutina empezaba:

-Recuerdo el sentido de momo al tener que marchitar rosas en invierno, mi cuerpo siente la muerte roja; en la boca del amén la noria no entra, emancipado de bienes y de salud mi muerte es el inicio de las confabulaciones empedernidas. Soy el desdén del salmón, veo al cielo y no puedo volar, siento mi cuerpo cuál costra en rinoceronte, necesito el pecho de mi madre, el Aranjuez de una primavera llamada mujer, el tiempo del gusano en el cadáver empieza a ser más, más lento-.Musité para mí una y otra vez.

Cerrando los ojos, deposite mis manos sobre la cama, todo giraba, el tictac del reloj de mi muñeca sonaba cada vez más fuerte. Tic, las cortinas cambiaban al asfalto del tren que estaba cerca de mi casa, tac, el sonido de mis pulmones cuál rosa en otoño daba de comer a ratas pardas, tic, el hambre reanimaba viseras, tac, el vagón entraba a mi izquierda, tic, Sunflower las notas detonaba ambrosía sobre mi alma, tac, los pensamientos en fulgor aparecían delante de los ojos de las personas, tic, mi cuerpo despedía toda clase de segregaciones, tac, mis manos tomaban mi pecho pero no sentían los vellos de él, sino que llevaba una camisa roja y un pantalón de pana blanco y en mi mano izquierda una gabardina bastante gastada, parecía la bandera de un país que perdió en la conquista de masas, el frío en mi cara era real, el viaje había comenzado. Tic…

Subí al tren, el vació me recordaba a la ducha de esa tarde o mañana, baje 3 estaciones más adelante, las sombras jugaban a un danzón sin piedad. El aire tomaba la ropa y la esparcía sobre el terraplén. Frente a la iglesia se encontraba mi contacto, no dijo nada. Me tendió la mano y en ella un sobre carta apareció como un amigo inesperado, vestía casual. Playera polo y mezclilla en sus piernas, zapatos color tabaco y un cinturón con una marca bastante distintiva, pero no me acorde cual era, solo veía una “x” en él. Me ofreció un cigarro pero lo negué mientras miraba el interior del sobre. El nombre de un violador, un rostro casi exiguo veía tras él, “no era la usual cantidad de dinero pero me serviría para comer un mes”, pensé.

-Las luciérnagas dicen que la noche será un coágulo, cuidado tendrás, la niña de pelo rojo animará la parte muerta de tu vida. Muerta cual…

- ¿Muerta?, ¿el autismo de tu cuerpo ha evolucionado a simpatía por mí?-. Le respondí mientras caminaba por la calle hacia un bar atestado de moscas.

“¿Niña de rojo?, reanimará mi vida mientras tomo tantas otras como astillas en mi cuerpo”. Con sarcasmo imagine miles de niñas rojas. El bar rebosaba de feromonas, los bits del Dj atrapaban cuál garúa las miradas y cuerpos de presentes. Aguardé dos horas, tras beber dos whiskies de dudosa reputación, fui al baño a cambiarme, no era complicado suponer que abordaría alguna mujer joven de entre 18 a 22 años, de cabello largo y negro, y con apariencia de estar sola y ser su primera vez, sabia esto por la información del sobre. Tomé una imagen de la biblioteca del contexto antes visto en la calle. Con mis manos fui copiando aquel dibujo: posé mis manos en mi cabeza, con las palmas como agarrando una hoja fui dibujando los cabellos negros cual azabache, los rasgos femeninos con suma delicadeza y amor desfigure sobre mi tez, el color de mi piel era blanco, los ojos sin lentes avellanados, labios pueriles con dotes de pasión y cual lolita vestida para buscar un desliz funesto, el cuerpo impregnado de perfumes ambiguos, todo listo. Ahora a esperar.

En la barra pedí un bloody mary, con presura ya estaba en la segunda ronda. Detrás mío siento la mirada de alguien, viendo más allá de los muebles, escaneaba el olor de mi entrepierna, el sudor de mis pechos, clava sus ojos entorno a mis piernas ceñidas y preso con fausta audacia se presentó y empezamos a platicar de trivialidades, de aquellas formalidades necesarias para hilvanar una relación de una noche. La verdad no estaba aburrido.

Por más que intentase no recordaba una platica más allá de tres o cuatro oraciones con algún vecino o con un ser real, casi no salía de mi cuarto. Mi mente era el mundo a donde pertenecía y allí vivía, amaba y tocaba a pieles dadivosas. Me encontraba harto de actuar. Le dije que me sentía cansada y que quería tomar aire. Salimos y, cerca de su carro sentí un golpe seco en la nuca. “El viaje va por buen camino”. Pensé antes de soltar un débil suspiro.

El timbre de mi celular, Dream on de Aerosmith, sonó a todo volumen, era una alarma predestinada para estás situaciones, la había puesto antes de salir del baño. No podía moverme, intente asir el celular pero amarrada de pies y brazos estaba, sentía el pensamiento en alguna parte del cuarto. Mis ojos sesgados por pañuelos herrumbrados. Mis pantaletas arrancadas. Sentía un peso sobre mis extremidades. Reí a carcajadas. Sentía como la rabia en mi cuerpo caía una y otra vez. Mies huesos húmedos de sangre tomaban su configuración predilecta, mi cuerpo real tomaba vida. El pelo largo en el suelo quedó, mis muñecas roían mi cuerpo, oí un grito desesperado. Me levanté y como un perro estire cada tendón y hueso de mi haber.

Del susto, el sujeto que instantes atrás quería violar mi pueril imagen, tropezó y contra la pared paro al caer.

-¿Sabes? Ahora soy tu amigo, espero que no hagas algo estúpido para que esta hermosa amistad termine. Tengo entendido que eres el que atesora muñecas primerizas, me hubiese gustado ser un compañero de vicisitudes, encariñando magras piernas y cortar gemidos. Tengo ganas de estrenar una hermosa “arruga” como tú la llamas, saborear una vagina pulcra. Pero hoy será una exquisita función-. Susurre al quitarme el último vestigio de mi secuestro.

Podía sentir los surcos de la cama, oír el tema de “El ultimo de los mohicanos”, los violines llorando la perdida de un amor. Concentrarme era una tertulia ambigua, “¿era demasiado tiempo el que había invertido en este trabajo?” pensé. No sabía la verdad, pero tenia que apresurarme. El contrato no explicito, rezaba claramente que debía estar muerto. En esa realidad me costaba trabajo seguir en pie. Podía oír la lluvia contra el pavimento, el sol a medianoche en aquel cuarto sin ventanas, las dos realidades empezaban a marearme… Tac, Sentía nauseas, el peso de mi cuerpo era demasiado, rodee por la cama y en seco al suelo de pecho caí, el hombre al que debía matar, que antes al tropezar estaba recargado en la pared semiconsciente por el golpe contra esta. Tic, entrecerró los ojos y murmuró un deseo, algo así como una oración a una estatua. Tac, con presura le tome de la cabeza, podía ver que mi siniestra que era más fina que la otra mano, con carmesí en mis uñas, pero el pulgar rodeado por el anillo de platas con grecas que siempre usaba. El ojo derecho enmarcaba la alfombra con vomito del hotel, el izquierdo veía como la cabeza del antes vivo violador era azotada una y otra vez contra el suelo y como mis puños destrozaban cada hueso de su cara. Tic…

La sangre se perdía en color ocre, cuando llegue al hotel era de mañana, ahora las corinas confabulaban con el ocaso o eso creí, sentía cada hueso de mi cráneo al explotar cada pensamiento, no recordaba si estaba muerto el paquete o fue un sueño, algo recurrente cuando se hace este viaje. El segundero se detuvo, el sonido se perdía ante la televisión y la poca concentración me impedía seguir atento a él.

Tomé un baño, la navaja de acero inoxidable me recordaba que está era mi realidad. Siempre era lo mismo, despertaba con una resaca en todo mi cuerpo, vomitando pestes y perdiendo algo: recuerdos, cabellos, huesos, músculos o incluso miembros. Delante del espejo el vapor encerraba la última clausula del contrato, al contemplar mi cuerpo desnudo conté mis huesos, faltaban dos falanges, el dedo pulgar e índice de mi mano izquierda. Ello era mi pago. Sentado en la cama cambiando los canales de la televisión, me vestía sin ningún pensamiento concreto.

-Tú eres como yo, haces lo mismo que yo. Pero, ¿sabes? Últimamente eres más débil- dijo una voz dulce cual anís en primavera.-Hiciste un trabajo algo tosco, no eras tú, ¿verdad?, no te sentías bien, te comprendo-. Concluyo.

2. Sonidos

Era casi noche, la luz alógenas de las calles lo anunciaban como mujer en parto, me sentía cansado. El no comer antes de partir a mi viaje siempre me hacia daño; era algo recurrente el no sentir hambre y al mismo tiempo el ansías de llevarme algo a la boca.

El no sentir mis dedos, me era común, como si un país siempre hubiese albergará religiones. La niña mirada la ausencia de mis deseos de ir tras ella, la ausencia de mis dedos.

-¿Duele?- decía mientras levantando su mano izquierda y señalando su índice y pulgar con la derecha.

-No sabría decirte, nunca me lo he preguntado hasta ahora.

-Pero, no es raro no tenerlos más. No poder agarrar ese control como lo hacías hace poco más de algunas horas

-¿Quién eres?-. Su sonrisa incitaba mis manías- ¿Qué deseas?

-Enserio no es extraño no tener diez dedos, no es raro no ser tú, no ser mas tú. Tú, me refiero a como naciste-..Acercándose y haciendo gestos de que le extendiera mi mano izquierda para poder verla mejor.

-¿Sabes?, no me siento todavía bien, no he comido. Y además tu presencia no me es del todo placentera, si vienes por mí, adelante, creo que no tendrás mucha dificultad- levanté mi mano izquierda a la altura de mi barbilla, con los dedos extendidos.

-Tienes bonitas manos, ¿sabes?-Miraba mis dedos, y los apretujaba con su cara.- Soy una más de las constelaciones de la ruina de la sociedad, una viajera, acabo de hacer mi contrato. Deseo…que algunas ves me lleves a ver ese mar donde creciste, donde llorabas la muerte de las niñas, pero lo más importantes, eres el que me despierta cual espejo en noches de eclipse.

Sintiéndome mejor, acabe de ponerme la camisa algo arrugada, de mangas largas color vino. Mantenía la navaja de acero en mi siniestra mientras de pie miraba a la niña a contra luz. Ella debió haber llegado cuando estaba bañándome

No podía creer que una criatura con ese porte, fuera una como yo. Apenas recordaba cómo había hecho mi contrato.

-Y cual es el pago-Fue lo único que pude preguntar.

-¿Pago?-Miraba mi navaja con extraña interrogación.-Es el mismo que el tuyo, pierdo recuerdos, miembros o algo más. El pago depende de cuanto esté y de que haga ¿Me puedes regalar esa navaja?- Su derecha hacia el mismo moviente que mi mano, imitando las caricias que daba al frio acero.

-¿Cuándo hiciste tu contrato?- Dependiendo de su respuesta, podía saber qué tan fuerte, diestro y agresivo era mi oponente.

-Tengo dos lustros, o algo así. Sin embargo tiene menos de 4 meses que empecé a viajar y a dedicarme de lleno.

Como pensaba ella o él, no era lo suficientemente fuerte para darme una batalla, sin embargo aún el más novato que encontrase a mi verdadero cuerpo y pero aún despertando, podía ser peligroso e incluso mortal.

-¿Cómo me encantaste?

-Eres una criatura de rutinas, además tienes una reputación que mantener, siempre tomando los trabajos más pesados. Además te conozco desde que nací, siempre he soñado contigo.

-¿Soñado? A qué te refieres con eso, ¿cuántos años tienes, y qué eres?

-Soy una damisela, en esta y en la otra realidad, nací hace 20 años y desde hace 15 he visto destellos de cómo trabajas, de cómo eres, pero el verdadero tú, sin cortes ni pagos.

-Y dime, damisela de hoy ¿Qué te hacía hace pensar que no te mataré?

-No lo sé, no pienso en eso. Solo deseaba verte… y deberías de hacerle caso a tu contacto, “la niña de rojo animará la parte muerta de tu vida.

Me levanté con unas ansias de tomar su cuello y desgarrarlo por dentro, pero mis huesos tronaban con tal estrépito que ella se reía con cada nuevo sonido, ello despertó más mi hambre de matarla.

-“Noche es verdad, la crisis no es la ruta de mi vida, las rimas son elixir de los niños muertos, de las mujeres que perdieron su vientre, noche no es verdad, sólo mi cuerpo yace en los copos de las rosas, la cárcel es la compleja idea de besos y lacayos sauces muertos…

La niña poco a poco se desvanece, el espejo detrás de mi olía a margaritas quemadas, a mar y a un perfume algo exótico, ella se despide con su mano izquierda. Mientras sopla un beso.

No puedo creer que esté vivo. Ella no pudo hacer su trabajo o yo no era el blanco y solo estaba de paso.

-Alguien le está dando información sobre mí, sobre los demás como yo…

El teléfono suena, la habitación se ve más grande, la noticias empiezan y anuncian bajas en la moneda nacional.

domingo, 27 de diciembre de 2009

Deseo conceptual, excitación en paralelo.

Mengua la ciudad el oscuro lecho de la vida, ella que es infinita y periforme, ella que sólo ve las sombras y los recuerdos, me despedí con un beso en la mayor de las atalayas; respiro la delicada luz de los paseos navideños y con temor acaricio el bienestar de un ayer.

Hoy no es diferente, solo las nubes cambian, cada año los polos se mueven unos grados, hoy la noche cambian las sedas por los hilos de saliva.

Deseo el partir a mi exilio y no saber nada mas, deseo ser uno solo, morir y tener placer solo o en su caso comprado, pero a precio razonable.

Si el deseo sexual aumenta no pienso solo actúo y creo que eso me ha metido en miles de problemas, pero ese no es el caso. Amo la delicada ternura de pagar por ti, de tener que estrechar mi cartera con tus muslos y saciar el hambre de tu tiempo con embestidas salvajes. Y todo para que al paralelo pienso no en sexo, sino en como recuperar mi dinero.

jueves, 22 de octubre de 2009

Lullaby II

Canta junto a mi:

Sondeo la noche con el pueril de mis lamentos

muriendo las hadas copulan entre cigarras,

la lluvia de recuerdos futuros eriza el mausoleo de tu vientre,

los ojos miel, salen a jugar con la canción del fuego.

La noche es el hábito de los celtas, es poco tiempo para vivir rumiando.

 

Cuento las constelaciones que me enseñabas

las cuento en deterioro, mientras luciérnagas

llevan de la mano mi corazón sin latir.

 

Miro la ensenada, tomo un pez, muerdo la cabeza y sueño con el

oropel de un ayer.

No encuentro la dicha de no tenerte y menos la garua de risas

de si tenerte.

Eres la única en no jugar conmigo y la verdadera lástima de mi vida.

 

Una cancion de cuna es el final de mi amor por vos, de mi lamento

por tus ropas sin jirones y muñecas libres de dientes.

Terminar con el deleite de una luna carcomiendo mi ser.

Oigo como cruje la piel, siento las cenizas en mi sangre,

regreso al final de mi existir, después de vagar por un mundo

simple.

 

Canta la guadaña, la muerte de un pecador

cantan las niñas, la vida de un ladino

cantan los minutos la culpa de tenerte…