viernes, 19 de junio de 2009

Girasoles cerca del mar

Cuento con el que participe en el concurso de cuentos en la universidad… y perdí… que poca madre…T_T

Sunflower de Henri Mancini inundaba el lobby del hotel; el destello abrazaba a cada persona que entraba y se depositaba sobre los sillones de gran color, mármol teñía el reflejo de los ojos, sangre canario; un tono de insurrección.

Entré en la misma habitación de siempre. La 315 se encontraba en el cuarto piso, siguiendo la numeración de los 400, por eso me gustaba; era como yo, una situación en un contexto diverso. Como era de esperar acababa de ser desocupada por una pareja idílica. Me tendí en la cama sintiendo el calor perenne, la pasión arramblada entre amantes. Mis ácaros, aquellos fieles guardianes reposaban sobre el tul aún mancillado, comían, crecían y copulaban de las hebras dejadas atrás. Sin abrir las cortinas aspiré el sudor, imaginé el crujir de las vertebras sobre el lodazal, cinco minutos después me mareé de tantas emociones, al sexto minuto llamé al ama de llaves para que otra ves, como cada quince días limpiara la habitación mientras me bañaba y tarareaba un soliloquio de Murakami.

Tendido en la cama completamente desnudo, apoyé mis pies sobre la cabecera, mis manos tomaron la navaja de rasurar de mi cuello, la rutina empezaba:

-Recuerdo el sentido de momo al tener que marchitar rosas en invierno, mi cuerpo siente la muerte roja; en la boca del amén la noria no entra, emancipado de bienes y de salud mi muerte es el inicio de las confabulaciones empedernidas. Soy el desdén del salmón, veo al cielo y no puedo volar, siento mi cuerpo cuál costra en rinoceronte, necesito el pecho de mi madre, el Aranjuez de una primavera llamada mujer, el tiempo del gusano en el cadáver empieza a ser más, más lento-.Musité para mí una y otra vez.

Cerrando los ojos, deposite mis manos sobre la cama, todo giraba, el tictac del reloj de mi muñeca sonaba cada vez más fuerte. Tic, las cortinas cambiaban al asfalto del tren que estaba cerca de mi casa, tac, el sonido de mis pulmones cuál rosa en otoño daba de comer a ratas pardas, tic, el hambre reanimaba viseras, tac, el vagón entraba a mi izquierda, tic, Sunflower las notas detonaba ambrosía sobre mi alma, tac, los pensamientos en fulgor aparecían delante de los ojos de las personas, tic, mi cuerpo despedía toda clase de segregaciones, tac, mis manos tomaban mi pecho pero no sentían los vellos de él, sino que llevaba una camisa roja y un pantalón de pana blanco y en mi mano izquierda una gabardina bastante gastada, parecía la bandera de un país que perdió en la conquista de masas, el frío en mi cara era real, el viaje había comenzado. Tic…

Subí al tren, el vació me recordaba a la ducha de esa tarde o mañana, baje 3 estaciones más adelante, las sombras jugaban a un danzón sin piedad. El aire tomaba la ropa y la esparcía sobre el terraplén. Frente a la iglesia se encontraba mi contacto, no dijo nada. Me tendió la mano y en ella un sobre carta apareció como un amigo inesperado, vestía casual. Playera polo y mezclilla en sus piernas, zapatos color tabaco y un cinturón con una marca bastante distintiva, pero no me acorde cual era, solo veía una “x” en él. Me ofreció un cigarro pero lo negué mientras miraba el interior del sobre. El nombre de un violador, un rostro casi exiguo veía tras él, “no era la usual cantidad de dinero pero me serviría para comer un mes”, pensé.

-Las luciérnagas dicen que la noche será un coágulo, cuidado tendrás, la niña de pelo rojo animará la parte muerta de tu vida. Muerta cual…

- ¿Muerta?, ¿el autismo de tu cuerpo ha evolucionado a simpatía por mí?-. Le respondí mientras caminaba por la calle hacia un bar atestado de moscas.

“¿Niña de rojo?, reanimará mi vida mientras tomo tantas otras como astillas en mi cuerpo”. Con sarcasmo imagine miles de niñas rojas. El bar rebosaba de feromonas, los bits del Dj atrapaban cuál garúa las miradas y cuerpos de presentes. Aguardé dos horas, tras beber dos whiskies de dudosa reputación, fui al baño a cambiarme, no era complicado suponer que abordaría alguna mujer joven de entre 18 a 22 años, de cabello largo y negro, y con apariencia de estar sola y ser su primera vez, sabia esto por la información del sobre. Tomé una imagen de la biblioteca del contexto antes visto en la calle. Con mis manos fui copiando aquel dibujo: posé mis manos en mi cabeza, con las palmas como agarrando una hoja fui dibujando los cabellos negros cual azabache, los rasgos femeninos con suma delicadeza y amor desfigure sobre mi tez, el color de mi piel era blanco, los ojos sin lentes avellanados, labios pueriles con dotes de pasión y cual lolita vestida para buscar un desliz funesto, el cuerpo impregnado de perfumes ambiguos, todo listo. Ahora a esperar.

En la barra pedí un bloody mary, con presura ya estaba en la segunda ronda. Detrás mío siento la mirada de alguien, viendo más allá de los muebles, escaneaba el olor de mi entrepierna, el sudor de mis pechos, clava sus ojos entorno a mis piernas ceñidas y preso con fausta audacia se presentó y empezamos a platicar de trivialidades, de aquellas formalidades necesarias para hilvanar una relación de una noche. La verdad no estaba aburrido.

Por más que intentase no recordaba una platica más allá de tres o cuatro oraciones con algún vecino o con un ser real, casi no salía de mi cuarto. Mi mente era el mundo a donde pertenecía y allí vivía, amaba y tocaba a pieles dadivosas. Me encontraba harto de actuar. Le dije que me sentía cansada y que quería tomar aire. Salimos y, cerca de su carro sentí un golpe seco en la nuca. “El viaje va por buen camino”. Pensé antes de soltar un débil suspiro.

El timbre de mi celular, Dream on de Aerosmith, sonó a todo volumen, era una alarma predestinada para estás situaciones, la había puesto antes de salir del baño. No podía moverme, intente asir el celular pero amarrada de pies y brazos estaba, sentía el pensamiento en alguna parte del cuarto. Mis ojos sesgados por pañuelos herrumbrados. Mis pantaletas arrancadas. Sentía un peso sobre mis extremidades. Reí a carcajadas. Sentía como la rabia en mi cuerpo caía una y otra vez. Mies huesos húmedos de sangre tomaban su configuración predilecta, mi cuerpo real tomaba vida. El pelo largo en el suelo quedó, mis muñecas roían mi cuerpo, oí un grito desesperado. Me levanté y como un perro estire cada tendón y hueso de mi haber.

Del susto, el sujeto que instantes atrás quería violar mi pueril imagen, tropezó y contra la pared paro al caer.

-¿Sabes? Ahora soy tu amigo, espero que no hagas algo estúpido para que esta hermosa amistad termine. Tengo entendido que eres el que atesora muñecas primerizas, me hubiese gustado ser un compañero de vicisitudes, encariñando magras piernas y cortar gemidos. Tengo ganas de estrenar una hermosa “arruga” como tú la llamas, saborear una vagina pulcra. Pero hoy será una exquisita función-. Susurre al quitarme el último vestigio de mi secuestro.

Podía sentir los surcos de la cama, oír el tema de “El ultimo de los mohicanos”, los violines llorando la perdida de un amor. Concentrarme era una tertulia ambigua, ¿era demasiado tiempo el que había invertido en este trabajo?, no sabía la verdad, pero tenia que apresurarme. El contrato no explicito, rezaba claramente que debía estar muerto. En esa realidad me costaba trabajo seguir en pie. Podía oír la lluvia contra el pavimento, el sol a medianoche en aquel cuarto sin ventanas, las dos realidades empezaban a marearme… Tac, Sentía nauseas, el peso de mi cuerpo era demasiado, rodee por la cama y en seco al suelo de pecho caí, el hombre al que debía matar, que antes al tropezar estaba recargado en la pared semiconsciente por el golpe contra esta. Tic, entrecerró los ojos y murmuró un deseo, algo así como una oración a una estatua. Tac, con presura le tome de la cabeza, podía ver que mi siniestra que era más fina que la otra mano, con carmesí en mis uñas, pero el pulgar rodeado por el anillo de platas con grecas que siempre usaba. El ojo derecho enmarcaba la alfombra con vomito del hotel, el izquierdo veía como la cabeza del antes vivo violador era azotada una y otra vez contra el suelo y como mis puños destrozaban cada hueso de su cara. Tic…

La sangre se perdía en color ocre, cuando llegue al hotel era de mañana, ahora las corinas confabulaban con el ocaso o eso creí, sentía cada hueso de mi cráneo al explotar cada pensamiento, no recordaba si estaba muerto el paquete o fue un sueño, algo recurrente cuando se hace este viaje. El segundero se detuvo, el sonido se perdía ante la televisión y la poca concentración me impedía seguir atento a él.

Tomé un baño, la navaja de acero inoxidable me recordaba que está era mi realidad. Siempre era lo mismo, despertaba con una resaca en todo mi cuerpo, vomitando pestes y perdiendo algo: recuerdos, cabellos, huesos, músculos o incluso miembros. Delante del espejo el vapor encerraba la última clausula del contrato, al contemplar mi cuerpo desnudo conté mis huesos, faltaban dos falanges, el dedo pulgar e índice de mi mano izquierda. Ello era mi pago. Sentado en la cama cambiando los canales de la televisión, me vestía sin ningún pensamiento concreto.

-Tú eres como yo, haces lo mismo que yo. Pero, ¿sabes? Últimamente eres más débil- dijo una voz dulce cual anís en primavera.-Hiciste un trabajo algo tosco, no eras tú, ¿verdad?, no te sentías bien, te comprendo-. Concluyo.

Adormecido mire a donde creía que estaba la dueña de la voz, el espejo se encontró con mis ojos. Detrás de mi una niña de rojos cabellos, desnuda, sostenía un cuchillo de bronce. Respiraba con dolor. Creí que sólo había perdido dos dedos, pero mi pulmón derecho colapsaba cada vez que aspiraba. Sostuve la mirada azulada de la doncella desnuda, los insectos de la cama rumiaban el aire, no dije nada. Ella, con la mano derecha toco uno de sus pecho, en ese momento vi que su pezón derecho había desaparecido.

-He perdido mucho antes de ganar algo.

-Quédate en silencio, todavía no encuentro el lugar de mi cerebro, sabes bien como es esto-. Contesté mientras volteaba para verla mejor.

No debía de tener más allá de 16 años, pecas cual constelaciones anunciaban el virgen prado de su pelvis, su vientre adornado con un arete de ópalo hería mis intenciones sanas. Sus pechos cual golondrinas en aire caliente erguidas y listas para remontar el vuelo a reflejo, el pelo enredado en su cabeza, los labios mordidos, no sé si por deseo o alguna manía.

Sin embargo en esta realidad podría ser hombre o mujer, niño o animal, todo dependía de cual fuerte era el poseso. El cuchillo reflejaba sus piernas débiles y blancas. Parecíamos amantes antes de concluir el coito, ella esperando cual tormenta en el sur del país, yo sirviendo como tierra para esa lluvia; la veía con hambre de fundir huesos. Organicé la situación, movía las piezas en mi mente, sabía que iba a morir, estaba cansado y aún no sabía a ciencia cierta como había llegado ella a mí. Tomo mi mano izquierda, examino los dedos engullidos por el sueño y sonrió complacida.

-Eres como soñé cuando niña junto al paraíso seco de mi cuna, me preguntó si me quitarás el halo de mi pesada virginidad como en mis fantasías, ¿acabarás despedazado al ser consumido por la voracidad de mi cuerpo?

-¿Quién eres y cómo has llegado a mí?-. Pregunté con aire aciago

-Por el contacto llegué a ti. Soy un viajero.

-¿Qué desea tu cuerpo, tu mente?-. Sonreía antes mis interrogaciones.

Sentándose en la cama justo a la derecha de mi cuerpo, sentí un calor mojado en mis sienes, el vapor de su cuerpo acariciaba la dulzura del lugar, el canal de música anunciaba éxitos del ayer, no entendía las notas al salir del aparato ni los colores que agudizaban la melancolía, me gustaba verla observándome, imaginando cada poro de mi cuerpo al sur de su tez. El espejo engullía los ecos de nuestras voces. Cerca de 10 minutos siguió la danza de miradas y sexo sin calor. Me dio un sobre azulado, era una señal de que un íntimo final se acercaba.

Quise regresar a mi tierra, ver las lunas de octubre y saborear la brisa de la ribera cerca de la hacienda de mis abuelos, cerca del final del mar turquesa

-Podemos ir allí, sígueme, no tienes porque temer, es algo necesario. El final de las lenguas como el de nosotros es así, consumidos por otro, para ser otro-. Dijo cerca de mi boca.

Con el dedo marco una silueta en el espejo de la pared. “Los nahuales son tan bellos de noche”. Pensé al acercarme al espejo. No era el ritual de siempre, no rece mi seguridad, mi inicio de todo. Ella en el filo del espejo estaba.

En el mar negro, sentí un cuerpo dentro del mío, los ángeles nadaban con ropas de hace mil años, la niña de rojos cabellos con el mar hasta la cintura miraba como mi cuerpo era menos que en el hotel, pague un precio excesivo por no tomar precauciones, las oraciones que decía no eran al azar, fungían como amuletos y catalizadores del viaje

-Recuerdo el sentido de momo al tener que marchitar rosas en invierno.-Repetía para mí y una y otra vez.

.El aire recitaba a Mancini, los girasoles estaban cerca del mar. Entorno a mis labios la niña de cabellos rojos posó sus lágrimas. Sentía los dos pensamientos arramblados en el mar turquesa, toqué mi pecho y ahí como siempre el pezón derecho no estaba. Recordé el sonido áspero de mi garganta al ser atravesado por segunda vez. El cuchillo de mi mano en la arena cayó.

Detrás de mí un hombre extendió una manta. Me ofreció un cigarro y con gesto de asco lo ignoré.

martes, 16 de junio de 2009

Ambrosia de Cuerpos

La constelación de las prendas cerca de aquel mar, el destino acurrucado entre los vapores salaces de nuestros latidos; sensatez, audacia… la mujer en mis brazos al natural, muere sintiendo el amor de mis dedos sobre sus labios.

El amante fulgor de su risa atraviesa sienes, manías llevando nenías al paso de mis besos; marcas en arena, narrando maneras de besar piel, el sol escondido cerca de las caderas, iluminaba la melodía de sus manos sobre surcos en mi pecho.


Bocas jugando con dátiles exiliados, lenguas abrazando el entrecejo de palabras aún no dichas, manos intercaladas junto al sándalo de la espuma marina, el lugar común de la playa era vorazmente inducido a tenues miradas, a crepusculares recorridos de poros.

El tiempo adyacente con el que rendía fijaciones al sudor de sus senos; sólo inmolaba murmullos cerca de mi cuello, mientras sus vertebras se fundían en mis dedos.

La derrota de las voces en los cuerpos, la claustrofobia del llanto por su boca.


En pie cerca de la tarde, abraza con piernas y gemidos al halo de mi espalda. La noche anticipa los miles de susurros al conclave de nuestras almas; Seda, dátiles, ambrosía de cuerpos esparcidos entre las camas funestas, los juegos sin presura venían y morían.

Turquesa, el grisáceo de mis yemas entre el turquesa de sus piernas. ¿Por qué cuanto más cerca de su boca, el pardo de mis ojos transmuden al infinito rosal de mi locura?

Acariciar con mi falta de práctica, contando las pecas de su espalda.


Espuma entrecortando las vísperas de melodías, centenares de fulgores imitaban el reciproco fuego de nuestras pieles. Alabardas durmiendo en los lunares de esperanzas carcomidas. Las venas de cerezos de cabellos dormían cerca del campanear de bocas.

Llanto forma el desliz del vino sobre vientres, delicado Aranjuez mancillando templados acordes de gemidos. El lago muere por reflejar la gracia de tus pechos, pero envuelto en llamas crispa al eclipse que la candela de instintos sabiduría mermó…


El olor de cabellos arrebata vicios, era demasiada la necesidad de tener manos entre labios y hormonas custodiando nucas. Horas ungiendo el gótico de luces envés, mientras hilvanas oraciones transpiraban; laberintos de pupilas trazaban los ayeres de nuestros espejismos. Ni cual capilla de Miguel Ángel ni Gutenberg escribano, pudieron dejar semejante prado de tertulias almizcladas en mi espalda, vientre y cerebro.

Caronte remedio el de tus piernas amasajando la pueril humedad de mi entrecejo.


Creo que la mansa brusquedad de espasmos en mi cabeza, de aquella sin-locura de mis venas, no podrá detener el vaivén del Goliat arramblado en la puerta de tus caderas. Mi mujer de ayer, mi amante de girasoles; esta noche la esfinge devoró lo impío, inmoló la corriente de aminoácidos mezclados por nuestras bocas y manos.

Mi muerte cual arco iris; negror clamando saciedad, blanco la petición de volver atrás.

Oropel aciago, la herradura de tus manos cual alfaguara truncó el rebaño de mi cabeza…


martes, 2 de junio de 2009

Azul de mediodía

Cerca del ocaso de una vida, cerca de la vida que no era del todo mía; un te negro, amargo como me gusta, se encontraba en mi lengua haciendo juegos de azar, ungiendo milímetro a milímetro dientes, paladar y bacterias envés, cada vez que tragando saliva el amargo me llevaba al 25 de marzo.

El amargo puro de vainilla, combinado con el café de tu boca, recordaba cada efluvio, cerraba los ojos y los cuerpos cual enjambres pasaban otra vez frente a ojos nuestros. Tomaba tu mano con pudor, ganaba sonrisas y quemaba cenizas en cada beso.

No era más allá de las 6 de la tarde, llovizna copulaba con las marquesinas, con los cristales donde estábamos. Éramos amantes ocasionales, jóvenes de 100 años, el común denominador de nuestra charla, iba dirigido hacia nuestros hijos.

Una vez hace décadas, novios y virutas sobre el aire fuimos. Conocía cada poro de su imaginación, podía hilvanar entre sus cabellos Valkirias anaranjadas y recitar a Mozart entre gemidos, nacidos de un cuello magullado por dientes, paladar y más.

Recordé ese día porque igual que hoy me encontraba con ganas de asir el rojo de piel y formar constelaciones con lunares míos y tuyos; porque ese día que sentados tomábamos el uno al otro en un café del centro de la ciudad, vimos salir del baño a tu marido muy cariñoso de un amigo.

Hoy vi a un amigo salir con el marido de una amiga, muy cariñoso, en este café llamado “Azul de mediodía”.