jueves, 4 de marzo de 2010

Me llaman el señor de los grillos

A lo lejos “Hotel california” me recuerda una navidad, una navidad cerca del final de mi infancia; no fue especial, pero el hecho de que una bestia persiguiese algo, me trae una sensación de nostalgia, que nunca había sentido.

Oigo las noticias, futbol y gente muriendo, no presto atención a la televisión, sólo gasta luz y me ayuda a concentrarme. Fuera, la luz opaca llama lluvia, el sol desciende. El mundo caya y dos lunas salen al desquite, las cortinas; un recuerdo de mi abuela, color naranja, tono papel periódico, tapan el holocausto de olor a tierra húmeda.

Vagando encontré este edificio de apartamentos. En el sexto piso, uno deshabitado, cerca de 70 metros cuadrados a un precio envidiable, mejor dicho a un precio que agredía mi intelecto. El edificio color terracota, con unas jardineras llenas de muñecas y de algo parecido a pensamiento o azaleas, se encontraba a mitad de la acera, no tenia estacionamiento, pero si un halo de tranquilidad y polémica. Diez condominios, uno en cada piso, todos de igual tamaño, tres recamaras, un baño completo y otro sin regadera, una estancia que servía como sala y comedor. Ese apartamento no tenia cocina solo un espacio vacío que daba a la ventana de la calle. Y mas que un regalo, fue para sacarme de la casa, mis padres confabularon con los agentes inmobiliarios y, en menos de una semana, casi me arrastraron hasta él. La verdad fue práctico, porqué mis cosas ya estaban ahí.

Sentía esa nostalgia, “el techo lleno de espejos”, mi vida siendo el espejo de mi hermano muerto, murió como vivió, eso me llena de un orgullo oropel; a lo pendejo. Nunca me gustó esa canción, sobre todo porque una vez tuve la oportunidad de ir a Baja, y no me invitaron nada. Leía todos los días, veía pornografía, antes de levantarme a empezar a leer, después de leer, empezaba mi desayuno, pan con huevo, o solo pan, dependiendo de mi estado de ánimo o de conciencia. El departamento, mi hogar, mi jaula, me era sosegadamente a mi manera, el no me quería ahí y, yo no me detenía a pensar que hacer para estar mejor. Me recordaba a un cuento de Murakami, entre los pisos seis y siete, había una pequeña estancia: dos otomanos, y un sofá mediano, de dos plazas, con un gran espejo barroco que reflejaba la ventana detrás de ese cuarto, un espacio que hice mío. En las tardes me salía a espiar a los vecinos, espiarlos porque de verdad no tenía ni una pizca de cortesía o ganas para presentarme, llevaba un mes casi ahí y solo conocía, a la pareja del apartamento siete, los conocía por sus nombres, ella “puta” y el “hijo de perra” o en su defecto “impotente”, nunca los había visto, pero me sentía como parte de ellos, cual conciencia que les dice: por ahí no, no mames y, ¿te llamas a ti misma mujer?, eso lo hacia como de las 9, a la hora de la cena y, hasta las 11 u 12 de la noche.

Espiaba, me sentaba en un otomano, ungía el espacio de olor a vainilla o chocolate, con un puro en mi mano y en la otra un ligero libro de poesía, por lo regular “el viejo testamento” o en su defecto “cien años de soledad”, ese lugar no era único, no tenía música, y como eran las cuatro o cinco de la tarde, oía a los críos llorar o pedir tonterías o hacer cosas sin nada productivo que hacer.

No tenía mascotas ni con quien platicar, una vez a la semana venía una persona para hacer limpieza y lavarme la ropa, y el fin de semana me traía mi ropa y algo de comer, o regaños de mis padres. Mas bien no debía tener mascotas, perros era alérgico, gatos siempre los cazaba, peces luego los desayunaba, hámster, hurones, rata y/o ratones servían de experimento para medir la resistencia al calor, al frio, a la presión, al fuego o a cualquier fenómeno de la naturaleza que se me ocurriere.

Cerca de Semana Santa, o del Tanabata. Nunca he sido bueno con las fechas…

-¿Quién eres?- una voz andrógina de las tinieblas se escurría y se postra en el envés del espejo.

-Soy un vecino.-Sobresaltado porque no veía donde estaba mi interlocutor, tal ves fuera un soliloquio- ¿Quién eres?-

-Yo pregunte primero, además, nunca te he visto en las juntas de vecinos, o enfrente en el restaurante. Casi todos los vecinos almorzamos allí, bueno no todos y no casi siempre: mi papá, mi mamá y yo sí, junto con la pareja del séptimo piso, ¿sabes? ellos no pueden tener bebés, y quieren comprar uno, creo que es por que el no sirve… así dice mi papi.-Entrecerrando los ojos ve el puro de mi mano derecha, vuelve la mirada al otomano vacio- ¿Así qué eras tú?

-¿Así que era yo?-Volviendo la vista al otomano, yo estaba sentado en el sillón, los otomanos, estaban enfrente del sillón.

-El que siempre deja apestando a vómito este lugar. Mi mami, siempre dice eso cuando saca la basura, pero a mi me gusta el olor a chocolate, como el que trae hoy.- Le ofrecí uno en broma, tomó la caja de metal con los puros y los guardó-. Hazle otra vez así; yo no puedo levantar sólo una ceja. ¿Quién eres?

-Vivo en el sexto, me mudé hace como medio año. ¿Cómo te llamas?- La invité a sentarse en el otomano y con la otra mano le pedí que me regresará mis puros.

-¿Vives abajo de mi?- Me regresó, pero solo una envoltura de dulces, abrió la caja y con un fuerte inhalación aspiro todo el aroma de los puros, cerrando los ojos-. Me gusta el chocolate, pero no me dejan comerlo mucho, porque me ponga imperativa, me llamo Arabel Kaede, pero me dicen gitana, por los rulos de mi pelo castaño,- tomando uno rulo, llevándoselo a la boca-, no se que significan pero me gusta mas Arabel

-Lindos nombre.-Tomando la envoltura y las remanencias de mi puro y tirándolas en el cesto de basura- aunque algo raros, pero suenan lindo, ¿cuántos años tienes?

-¡Gitana!…Arabel, ¿dónde estás?-Recio una voz de mujer, abajo en las escaleras.

-Es mi mamá, siempre está preocupada por mi, nunca me deja hacer nada sola, ni mucho menos hablar con extraños,-decía mientras de reojo veía de donde venia la voz de su madre, sacó la caja de puros, y me la entregó.-Adiós

-Saludos a tu familia.-No supe que más decir.

Mientras se despedía, susurro algo al viento y se alejo sin pausa, bajando uno a uno los escalones, volteo a verme y sonrió.

Esa noche soñé con las tierras fértiles de un tártaro endeble, con el Aranjuez de las nubes con sol, con la sonrisa de Arabel y el significado tácito de aquella ultima sonrisa, me desperté cuatro veces, iba al baño, me asomaba en la ventana y cansado de leer a Lope de Vega. Espere el amanecer.

El comedor de enfrente, no estaba lleno, había tres parejas, los del séptimo, una vieja pareja y los del quinto, que era donde estaba Arabel, sentada, desayunando hot cakes con helado de vainilla y unas fresas; el comedor era sencillo, austero y lleno de olores familiares, sí es que así olían las familias. Me senté cerca de la puerta, pedí un café frío y unas galleras rancias, el café estaba algo caliente y las galletas algo vivas. En la esquina una radio de hace años, que solo le servía una bocina, así que la música consistía en medio minuto de estática, unas voces en celta y una melodía llena de sarcasmo. No eran más de las ocho de la mañana, cuando el comercio se lleno de viejos pedantes y, el ambiente, careció de significado. “Nunca más regresaré a comer aquí”, pensé, mientras salía del comedor y me dirigía a comprar unos puros de vainilla en el mercado del oeste, después de buscar, no encontré los puros que siempre fumaba, compré los que más se parecían, sin aroma dulce. Fumé uno para comprobar su consistencia, durabilidad y aroma, no estaba tan mal, y de improvisto, llegué a un café internet y aparte de revisar mis correos, de mandar algunos currículos, busqué el significado los nombres, y llené cadenas para saber cuando iba a morir, la tarde llegó y con ella el hambre de un ser sin dinero. Comí algo de un puesto cerca de una escuela, era caliente y lleno de melaza, con eso el hambre paró se angustió y durmió todo el día.

Me gusta dormir cuando llueve, dormitar con las ventanas abiertas y los pies embutidos en franelas limpias. Acostumbraba acostarme en el suelo, de donde debería estar la cocina, encima del tapete y los ventanales abiertos de par en par, esto me sumergía en un estado prosaico, laxativo de ideas y sueños semi-húmedos. Era virgen todavía, pero un maestro en el arte de la manuela, era un ser de largo y alto rendimiento, así era como me describía en las páginas de cuidos o para encontrar un amor frío en un web sites calientes o prosaicos twitters. Solo había tenido una novia, de actitud aniñada y brazos de muñeca, duré con ella cerca de 5 años, era un lugar lleno de privilegios y dádivas.

La conocí en la escuela, en la clase de pintura, una belleza exótica, casi barroca, pero con un halo de inocencia que paraba el arcoíris de los robles, se llamaba, Clara no se que mas. En una noche que tuvimos que hacer un trazo de la calle municipal, viendo las perspectivas y añorando que las sombras salieran, y las nubes se fueran, íbamos de tema en tema como un rinoceronte entre ajedreces, cuando ella callaba, yo también, cuando yo empezaba a musitar algo, ella gritaba los colores que no veía y viceversa.

Era casi platónico la ensalada de las emociones de esos días, Clara era más grande que yo, más sabia y también algo más distraída, no paso mucho antes de que nos casaran en la escuela, ni mas en aceptarlo nosotros, éramos jóvenes, amantes de mano sudada de besos embobados y ensalivados al extremo, cuál Niágara el amor fluía entre sedimentos de comida y, cariñosas, miradas envés. Crecimos juntos, soñábamos con casarnos en un día mal ávido, pero las noches no eran iguales que los días, estaba el sol y con esté su reflejo, su sombra me aterraba, era como un vestigio de dulcinea y una mantis religiosa, no era que las mantis me aterraban, ¿pero de dulcinea?, hice ofrendas a Dios, a Satán, a Buda y a Wody Allen, pero sin respuesta o me regresaban mis cartas con un breve y conciso: “Lo sentimos, el personaje histórico que está tratando de localizar, está desconectado o fuera del área de rezos, le sugerimos no estar chingando. Atentamente La Administración”.

Esos cinco años, las manos sudadas sobre la ropa, cabellos y esfínteres, era lo más que hacíamos. “Nuestro rito”, le llamábamos, parecíamos gatos espulgándose, lamiéndose, comunicándose y después vomitándose… ella siempre antes que yo, lo cuál para mí era un indicio de trampa. En los primeros dos años, nos perdimos el asco, el pudor de oler las entrañas, sólo nos tocábamos con la punta de la lengua, de las uñas enraizadas. Al tercer año las lenguas fueron sustituidas por los pies, el problema eran las uñas enterradas, al cuarto año los codos eran el placer de las mustias horas de placer, mi placer era el sonido oropel lánguido oscuro opulento orangután nada comparado a este mundo, salvo por el de una gata amamantando a un doberman, pero, al quinto año, donde conocíamos los lunares del otro, la forma de hacer muecas, el sonido tácito de los parpados besados, nunca culminamos un coito, siempre el sol salía y asustaba mi idilio. Recuerdo que cerca del final de aquel año, Clara se metió al baño conmigo, mientas acabada de compostar la media docena de galletas de animalitos, me miró intrigada, se desnudó, se baño, en la regadera, y me invito a pasar, era la vez primera que la vi desnuda. El agua sobre sus caderas, la hacia lucir más desnuda, le concedía un ámbito de realeza sin igual, discerní entre seguirla o desmayarme, mi razón pesaba pero mi estoicismo prevaleció y eyaculé sobre sus piernas y salí llorando. No recuerdo nada más, porqué del susto resbalé y choque contra mi padre e inconsciente caí. Desde entonces mis acercamientos con las mujeres solo eran de revista, hojeaba, rascaba y olía pero nunca penetraba o hacia surcos con los dientes.

Desperté con una ganas de volver la melaza de ese día pero como tenía algo de hambre preferí que evolucionará en mi estomago, pasara por el duodeno, íleon y al intestino delgado por unas horas y acabase depositado en el ciego y el hambre se fue con agruras.

El espectáculo de mis vecinos del séptimo piso hipnotizó mi descanso, lo abrevio y después del cuarto paseo carnal, dormía como un bebé.

Los Días pasaban, no conseguía trabajo, pero tenía algo de dinero de mis padres, que me daban algo para sacarme de la casa. Hasta cierto punto creí que era justa esa paga, pensé en exigir más prestaciones, seguro médico, vacaciones, pero ese día el patrón estaba en junta. Siempre que iba con ellos, mi visita se sustentaba en cinco minutos de ver cómo estaban ellos sin mí y los otros cinco, tratándome de correrme lo mas deprisa, hasta que mi dichoso padre, sacaba de su bolsa izquierda un fajo de billetes y me los entregaba, mi madre lo veía con ojos de perro faldero y asentía mil veces, y con ellos la bendición de los padres estaba dada, no necesitaba persignarme, ni otras usanzas románticas.

Acostumbraba, cuando iba, casi siempre cada tercer sábado en la tarde, pasar luego a una tienda por un pan que desde niño siempre me atrajo, por su forma, sabor y durabilidad. Nunca supe como se llamaba, solo lo tomaba y ya, siempre cogía seis de ellos. Uno en el camino era degustado, mientras los otros guardaban un respetuoso ayuno en la semana.

De regreso un día, que fui a visitar a mis padres, no tome el bus como acostumbraba, el día estaba como me gustaba: el aire olía a tierra húmeda, gris en el cielo, aire andino, la boca se llena de lluvia entrecortada, de caricias pueriles, donde los caracoles arrullan a gotas, lo grillos armaban el camino de mi andar, no veía mujeres sino Auroras, no veía hombres sino Minotauros, no había niños solo Edenes y entre ellos cerca de mí, delante iba con paso parsimonioso Arabel, musitando odas a Zeus, maldiciendo al tiempo gigante, y a insectos lacayos que se atravesaban ante sus suelas. Iba con un paraguas anaranjado, un a chamarra azul y unas botas en tono medio hipócrita y enserio verdoso, la veía caminar, ella observaba como las gotas se rehusaban a caer. Paró en una tienda y cinco minutos después salió apresurada con una bolsa debajo de la chamarra. De reojo la alcance a ver, sacó la lengua y me siguió hacia el edificio, que no estaba a más de cinco cuadras, pero antes de llegar teníamos que atravesar un parque, “los recuerdos de un mañana”, así rezaba un monumento en el zócalo del parque. Yo iba por delante, ella se detenía de vez en cuando solo para ver mí andar, cuando eso sucedía volvía hacia ella, la veía y con aires de padre le esperaba.

-No quiero ir a casa,-sentándose en la hierba húmeda.-La verdad ahora que no tengo que ir a la escuela, me quedo en casa sentada, viendo como se desintegran mis hermanos y cómo mis padres solo se hacen más viejos.

-¿Te sientes bien?

-No quiero ir a casa, tengo hambre,- me senté junto a ella y le di un de los panes, me miró y con un gesto negativo se levantó.- Llévame a un lugar a comer.

-Y, ¿qué dirán tus padres?

-¿Qué van a decir? Nada.

Me levanté y mientras me dirigía a casa, ella desapareció de mi vista. Más tarde supe que se había ido a comer con una de sus amigas.

Esa noche oí como en la estancia, al principio no le presté mucha atención, el televisor estaba encendido, me éxito la idea de que mi pareja, mi dulce novela estuviera ahora entrando a una nueva etapa. Me levanté presuroso, yo dormía en el cuarto al final del corredor, me acerqué donde se encontraba la recamara de la parejas, o eso era lo que yo creía, ya que ahí se oían con más frecuencia las peleas; era el cuarto junto al baño, en este cuarto estaba mi estudio, algunos libros de Gabriel García y otros de conocidos incrédulos; me gustaba pasar el día ahí, viendo las ventana y escabulléndome en ideas y sueños, corrompiendo a la filosofía mas bella del mundo y profesando a la mujer más pasional de este lugar. Pero no eran ellos, no podía oír nada… ella recitaba:

“Escrito está en mi alma vuestro gesto,
y cuanto yo escribir de vos deseo;
vos sola lo escribisteis, yo lo leo
tan solo, que aun de vos me guardo en esto.

La bruma de los tiempos caía sobre ella, abriendo la puerta ella, para oírla mejor; sola en la estancia quedamos…

“En esto estoy y estaré siempre puesto;
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.

Me le acerque y sentándome en un otomano le puse la atención necesaria, ella transpiraba bajo ese tul achocolatado, sus vellos tiernos y perennes alumbraban como semáforos en autopistas estatales, la luna jugaba con los reflejos del espejo, ella en medio de los dos, haciendo hincapié en cada palabras me miraba con avaricia, buscando mis brazos para segar sus lagrimas con besos entrecortados, pero solo fue un ademán, sólo eso:

“Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma misma os quiero.

-Me lo enseño mi padre, antes leía mucha poesía porque cómo era tímida o algo lenta para hablar, eso me ayudó a mi dicción.- y siguió:

“Cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir, y por vos muero.

-Este siempre me contó mucho trabajo, pero me ayudo a pronunciar mejor, mis padres me creían una idiota, porque no hablé cuando debía y mucho menos hablé tan bien a una edad ya deseada, así que por sugerencias de un pariente sicólogo, todas las tardes leía algo así de complicado y hermoso, si no mal recuerdo es de La Vega.

-No lo pude oír como desea, la verdad estaba muy dormido y creí por un momento que eran nuestros vecinos del séptimo, pero para mi grata sorpresa y, ¿sabes? sí esto fuera las Indias y yo fuera un sacerdote y tu una marquesina, estaríamos dentro de la novela de García Márquez.

Ella no le dio importancia a mis palabras, caminó hacia mi departamento y ahí parada me dijo:

-Entonces no entrarás a mi celda, y me cantaras todos los sonetos, ni jugaremos a quemar nuestros pecados en el halo de la inmensa oscuridad de una excitación de juegos- me acerqué a ella y mientras la miraba,- no voy a morderte, quiero ver cómo vives.

-Sabes muy bien que no puedes entrar, sin permiso de tus padres- Mi aliento entrecortado pedía a gritos que no hubiese oído mis palabras.-Pero por un día no importa, además ya es tarde y no es hora de que estés afuera sola-sonrío y poco a poco entro.- El otro que te dí el pan, encontré el significado de tu nombre.

-Gracias, pero ya sé lo que significan, y no me gustan.

-Dime, sabes lo que significa el poema que estabas recitando hace rato.

-Un hombre solo y enamorado, sufriendo escribe cada letra, imaginado como su amada toda esas palabras y las unge en su vientre, en sus cabellos su tinta lava los pecados, y el amor depositado en el poema le hace sentir mujer, sentir como si él estuviera presente en su lecho, y como si ella fuera las gracias y la sonrisa que le refleja el papel- sentándose cerca de mi camastro-, me gustaría sentir eso, pero no puedo, no se cómo. Además mis padres dicen que el amor solo es un boleto para tener más responsabilidades.

Me dio pena seguir oyendo sus palabras tiernas, me sentía usado y por momentos como otro perro de “la Venus de las pieles” sufría y me gustaba, siempre y cuando ella fuera el fuete y la dulcera de mis llagas.

-Me gusta más como suena Kaede- le decía mientras acariciaba su cabellos.- Significa hoja de arce, y Arabel lindo altar. Son ricos los nombres en presencia, pero al final tu los haces valer, esto pasa igual cuando el amor está presente, no siempre es igual, aunque pongas todos los vasos en el mismo orden, el ambiente es diferente.

-No me has dicho como te llamas, tú sabes mucho de mí, pero yo nada sobre ti- decía mientras tomaba mi mano y la besaba- tienes lindas manos, y huelen muy bien, me recuerdan a mi padre pero no me da esa sensación de algo raro.

-¿Para qué deseas mi nombre? No importa que pase, ni como me llamé, además éste puede hacer que lo que pase se oiga peor.-Encendí un puro y abrí la ventana, ella con ternura ya dentro de mi cama arrojo sus prendas al abismo.- pero, ¿sabes? Me llaman el señor de los grillos.

1 comentario:

Angellie MalxRa dijo...

Te quedo super kawaii sensei,
maloso, no me has agregado
entre tus blogs favoritos
muaaaaaaaaaaaa, tú si estás
en los mios, maloso, maloso
a pero sobre "Me llaman el
señor de los grillos", excelente!!!
me hizo reir en dos partes jaja
es buenisisisisissisimo