jueves, 4 de marzo de 2010

Girasoles cerca del mar

Bueno este es un cuento en el que estoy trabajando, les dejo las primeras dos partes, saludos

  1. Sembrar luces

Sunflower de Henri Mancini inundaba el lobby del hotel; el destello abrazaba a cada persona que entraba y se depositaba sobre los sillones de gran color, mármol teñía el reflejo de los ojos, sangre canario; un tono de insurrección.

Entré en la misma habitación de siempre. La 315 se encontraba en el cuarto piso, siguiendo la numeración de los 400, por eso me gustaba; era como yo, una situación en un contexto diverso. Como era de esperar acababa de ser desocupada por una pareja idílica. Me tendí en la cama sintiendo el calor perenne, la pasión arramblada entre amantes. Mis ácaros, aquellos fieles guardianes reposaban sobre el tul aún mancillado, comían, crecían y copulaban de las hebras dejadas atrás. Sin abrir las cortinas aspiré el sudor, imaginé el crujir de las vertebras sobre el lodazal, cinco minutos después me mareé de tantas emociones, al sexto minuto llamé al ama de llaves para que otra ves, como cada quince días limpiara la habitación mientras me bañaba y tarareaba un soliloquio de Murakami.

Tendido en la cama completamente desnudo, apoyé mis pies sobre la cabecera, mis manos tomaron la navaja de rasurar de mi cuello, la rutina empezaba:

-Recuerdo el sentido de momo al tener que marchitar rosas en invierno, mi cuerpo siente la muerte roja; en la boca del amén la noria no entra, emancipado de bienes y de salud mi muerte es el inicio de las confabulaciones empedernidas. Soy el desdén del salmón, veo al cielo y no puedo volar, siento mi cuerpo cuál costra en rinoceronte, necesito el pecho de mi madre, el Aranjuez de una primavera llamada mujer, el tiempo del gusano en el cadáver empieza a ser más, más lento-.Musité para mí una y otra vez.

Cerrando los ojos, deposite mis manos sobre la cama, todo giraba, el tictac del reloj de mi muñeca sonaba cada vez más fuerte. Tic, las cortinas cambiaban al asfalto del tren que estaba cerca de mi casa, tac, el sonido de mis pulmones cuál rosa en otoño daba de comer a ratas pardas, tic, el hambre reanimaba viseras, tac, el vagón entraba a mi izquierda, tic, Sunflower las notas detonaba ambrosía sobre mi alma, tac, los pensamientos en fulgor aparecían delante de los ojos de las personas, tic, mi cuerpo despedía toda clase de segregaciones, tac, mis manos tomaban mi pecho pero no sentían los vellos de él, sino que llevaba una camisa roja y un pantalón de pana blanco y en mi mano izquierda una gabardina bastante gastada, parecía la bandera de un país que perdió en la conquista de masas, el frío en mi cara era real, el viaje había comenzado. Tic…

Subí al tren, el vació me recordaba a la ducha de esa tarde o mañana, baje 3 estaciones más adelante, las sombras jugaban a un danzón sin piedad. El aire tomaba la ropa y la esparcía sobre el terraplén. Frente a la iglesia se encontraba mi contacto, no dijo nada. Me tendió la mano y en ella un sobre carta apareció como un amigo inesperado, vestía casual. Playera polo y mezclilla en sus piernas, zapatos color tabaco y un cinturón con una marca bastante distintiva, pero no me acorde cual era, solo veía una “x” en él. Me ofreció un cigarro pero lo negué mientras miraba el interior del sobre. El nombre de un violador, un rostro casi exiguo veía tras él, “no era la usual cantidad de dinero pero me serviría para comer un mes”, pensé.

-Las luciérnagas dicen que la noche será un coágulo, cuidado tendrás, la niña de pelo rojo animará la parte muerta de tu vida. Muerta cual…

- ¿Muerta?, ¿el autismo de tu cuerpo ha evolucionado a simpatía por mí?-. Le respondí mientras caminaba por la calle hacia un bar atestado de moscas.

“¿Niña de rojo?, reanimará mi vida mientras tomo tantas otras como astillas en mi cuerpo”. Con sarcasmo imagine miles de niñas rojas. El bar rebosaba de feromonas, los bits del Dj atrapaban cuál garúa las miradas y cuerpos de presentes. Aguardé dos horas, tras beber dos whiskies de dudosa reputación, fui al baño a cambiarme, no era complicado suponer que abordaría alguna mujer joven de entre 18 a 22 años, de cabello largo y negro, y con apariencia de estar sola y ser su primera vez, sabia esto por la información del sobre. Tomé una imagen de la biblioteca del contexto antes visto en la calle. Con mis manos fui copiando aquel dibujo: posé mis manos en mi cabeza, con las palmas como agarrando una hoja fui dibujando los cabellos negros cual azabache, los rasgos femeninos con suma delicadeza y amor desfigure sobre mi tez, el color de mi piel era blanco, los ojos sin lentes avellanados, labios pueriles con dotes de pasión y cual lolita vestida para buscar un desliz funesto, el cuerpo impregnado de perfumes ambiguos, todo listo. Ahora a esperar.

En la barra pedí un bloody mary, con presura ya estaba en la segunda ronda. Detrás mío siento la mirada de alguien, viendo más allá de los muebles, escaneaba el olor de mi entrepierna, el sudor de mis pechos, clava sus ojos entorno a mis piernas ceñidas y preso con fausta audacia se presentó y empezamos a platicar de trivialidades, de aquellas formalidades necesarias para hilvanar una relación de una noche. La verdad no estaba aburrido.

Por más que intentase no recordaba una platica más allá de tres o cuatro oraciones con algún vecino o con un ser real, casi no salía de mi cuarto. Mi mente era el mundo a donde pertenecía y allí vivía, amaba y tocaba a pieles dadivosas. Me encontraba harto de actuar. Le dije que me sentía cansada y que quería tomar aire. Salimos y, cerca de su carro sentí un golpe seco en la nuca. “El viaje va por buen camino”. Pensé antes de soltar un débil suspiro.

El timbre de mi celular, Dream on de Aerosmith, sonó a todo volumen, era una alarma predestinada para estás situaciones, la había puesto antes de salir del baño. No podía moverme, intente asir el celular pero amarrada de pies y brazos estaba, sentía el pensamiento en alguna parte del cuarto. Mis ojos sesgados por pañuelos herrumbrados. Mis pantaletas arrancadas. Sentía un peso sobre mis extremidades. Reí a carcajadas. Sentía como la rabia en mi cuerpo caía una y otra vez. Mies huesos húmedos de sangre tomaban su configuración predilecta, mi cuerpo real tomaba vida. El pelo largo en el suelo quedó, mis muñecas roían mi cuerpo, oí un grito desesperado. Me levanté y como un perro estire cada tendón y hueso de mi haber.

Del susto, el sujeto que instantes atrás quería violar mi pueril imagen, tropezó y contra la pared paro al caer.

-¿Sabes? Ahora soy tu amigo, espero que no hagas algo estúpido para que esta hermosa amistad termine. Tengo entendido que eres el que atesora muñecas primerizas, me hubiese gustado ser un compañero de vicisitudes, encariñando magras piernas y cortar gemidos. Tengo ganas de estrenar una hermosa “arruga” como tú la llamas, saborear una vagina pulcra. Pero hoy será una exquisita función-. Susurre al quitarme el último vestigio de mi secuestro.

Podía sentir los surcos de la cama, oír el tema de “El ultimo de los mohicanos”, los violines llorando la perdida de un amor. Concentrarme era una tertulia ambigua, “¿era demasiado tiempo el que había invertido en este trabajo?” pensé. No sabía la verdad, pero tenia que apresurarme. El contrato no explicito, rezaba claramente que debía estar muerto. En esa realidad me costaba trabajo seguir en pie. Podía oír la lluvia contra el pavimento, el sol a medianoche en aquel cuarto sin ventanas, las dos realidades empezaban a marearme… Tac, Sentía nauseas, el peso de mi cuerpo era demasiado, rodee por la cama y en seco al suelo de pecho caí, el hombre al que debía matar, que antes al tropezar estaba recargado en la pared semiconsciente por el golpe contra esta. Tic, entrecerró los ojos y murmuró un deseo, algo así como una oración a una estatua. Tac, con presura le tome de la cabeza, podía ver que mi siniestra que era más fina que la otra mano, con carmesí en mis uñas, pero el pulgar rodeado por el anillo de platas con grecas que siempre usaba. El ojo derecho enmarcaba la alfombra con vomito del hotel, el izquierdo veía como la cabeza del antes vivo violador era azotada una y otra vez contra el suelo y como mis puños destrozaban cada hueso de su cara. Tic…

La sangre se perdía en color ocre, cuando llegue al hotel era de mañana, ahora las corinas confabulaban con el ocaso o eso creí, sentía cada hueso de mi cráneo al explotar cada pensamiento, no recordaba si estaba muerto el paquete o fue un sueño, algo recurrente cuando se hace este viaje. El segundero se detuvo, el sonido se perdía ante la televisión y la poca concentración me impedía seguir atento a él.

Tomé un baño, la navaja de acero inoxidable me recordaba que está era mi realidad. Siempre era lo mismo, despertaba con una resaca en todo mi cuerpo, vomitando pestes y perdiendo algo: recuerdos, cabellos, huesos, músculos o incluso miembros. Delante del espejo el vapor encerraba la última clausula del contrato, al contemplar mi cuerpo desnudo conté mis huesos, faltaban dos falanges, el dedo pulgar e índice de mi mano izquierda. Ello era mi pago. Sentado en la cama cambiando los canales de la televisión, me vestía sin ningún pensamiento concreto.

-Tú eres como yo, haces lo mismo que yo. Pero, ¿sabes? Últimamente eres más débil- dijo una voz dulce cual anís en primavera.-Hiciste un trabajo algo tosco, no eras tú, ¿verdad?, no te sentías bien, te comprendo-. Concluyo.

2. Sonidos

Era casi noche, la luz alógenas de las calles lo anunciaban como mujer en parto, me sentía cansado. El no comer antes de partir a mi viaje siempre me hacia daño; era algo recurrente el no sentir hambre y al mismo tiempo el ansías de llevarme algo a la boca.

El no sentir mis dedos, me era común, como si un país siempre hubiese albergará religiones. La niña mirada la ausencia de mis deseos de ir tras ella, la ausencia de mis dedos.

-¿Duele?- decía mientras levantando su mano izquierda y señalando su índice y pulgar con la derecha.

-No sabría decirte, nunca me lo he preguntado hasta ahora.

-Pero, no es raro no tenerlos más. No poder agarrar ese control como lo hacías hace poco más de algunas horas

-¿Quién eres?-. Su sonrisa incitaba mis manías- ¿Qué deseas?

-Enserio no es extraño no tener diez dedos, no es raro no ser tú, no ser mas tú. Tú, me refiero a como naciste-..Acercándose y haciendo gestos de que le extendiera mi mano izquierda para poder verla mejor.

-¿Sabes?, no me siento todavía bien, no he comido. Y además tu presencia no me es del todo placentera, si vienes por mí, adelante, creo que no tendrás mucha dificultad- levanté mi mano izquierda a la altura de mi barbilla, con los dedos extendidos.

-Tienes bonitas manos, ¿sabes?-Miraba mis dedos, y los apretujaba con su cara.- Soy una más de las constelaciones de la ruina de la sociedad, una viajera, acabo de hacer mi contrato. Deseo…que algunas ves me lleves a ver ese mar donde creciste, donde llorabas la muerte de las niñas, pero lo más importantes, eres el que me despierta cual espejo en noches de eclipse.

Sintiéndome mejor, acabe de ponerme la camisa algo arrugada, de mangas largas color vino. Mantenía la navaja de acero en mi siniestra mientras de pie miraba a la niña a contra luz. Ella debió haber llegado cuando estaba bañándome

No podía creer que una criatura con ese porte, fuera una como yo. Apenas recordaba cómo había hecho mi contrato.

-Y cual es el pago-Fue lo único que pude preguntar.

-¿Pago?-Miraba mi navaja con extraña interrogación.-Es el mismo que el tuyo, pierdo recuerdos, miembros o algo más. El pago depende de cuanto esté y de que haga ¿Me puedes regalar esa navaja?- Su derecha hacia el mismo moviente que mi mano, imitando las caricias que daba al frio acero.

-¿Cuándo hiciste tu contrato?- Dependiendo de su respuesta, podía saber qué tan fuerte, diestro y agresivo era mi oponente.

-Tengo dos lustros, o algo así. Sin embargo tiene menos de 4 meses que empecé a viajar y a dedicarme de lleno.

Como pensaba ella o él, no era lo suficientemente fuerte para darme una batalla, sin embargo aún el más novato que encontrase a mi verdadero cuerpo y pero aún despertando, podía ser peligroso e incluso mortal.

-¿Cómo me encantaste?

-Eres una criatura de rutinas, además tienes una reputación que mantener, siempre tomando los trabajos más pesados. Además te conozco desde que nací, siempre he soñado contigo.

-¿Soñado? A qué te refieres con eso, ¿cuántos años tienes, y qué eres?

-Soy una damisela, en esta y en la otra realidad, nací hace 20 años y desde hace 15 he visto destellos de cómo trabajas, de cómo eres, pero el verdadero tú, sin cortes ni pagos.

-Y dime, damisela de hoy ¿Qué te hacía hace pensar que no te mataré?

-No lo sé, no pienso en eso. Solo deseaba verte… y deberías de hacerle caso a tu contacto, “la niña de rojo animará la parte muerta de tu vida.

Me levanté con unas ansias de tomar su cuello y desgarrarlo por dentro, pero mis huesos tronaban con tal estrépito que ella se reía con cada nuevo sonido, ello despertó más mi hambre de matarla.

-“Noche es verdad, la crisis no es la ruta de mi vida, las rimas son elixir de los niños muertos, de las mujeres que perdieron su vientre, noche no es verdad, sólo mi cuerpo yace en los copos de las rosas, la cárcel es la compleja idea de besos y lacayos sauces muertos…

La niña poco a poco se desvanece, el espejo detrás de mi olía a margaritas quemadas, a mar y a un perfume algo exótico, ella se despide con su mano izquierda. Mientras sopla un beso.

No puedo creer que esté vivo. Ella no pudo hacer su trabajo o yo no era el blanco y solo estaba de paso.

-Alguien le está dando información sobre mí, sobre los demás como yo…

El teléfono suena, la habitación se ve más grande, la noticias empiezan y anuncian bajas en la moneda nacional.

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