martes, 11 de agosto de 2009

Las huellas de mi camino

I

Conozco las llanuras cuando el sol arrecia sobre los ganados, sé del páramo que no se consume a sí mismo; he conducido la siega de albinos, la violencia a las brujas.

Te puedo relatar como los hombres yerman las esperanzas de esclavos y negros.
Encontré el maleficio de Adán y enterré a hiedra y amapolas entre colmenas de nueces.
Medité nenías, poesías e infinidad de manías por el solo hecho de no tener que ahondar más en la desgracia.

Corrompí inocencias, mutilé rosas y desprevenido por mi aciago, la pureza del arroyo me tomo por sorpresa.
Maldecí alboradas, besé cruces, herí recuerdos ya muertos.
Sicarias imágenes copulan arbitrariamente entre los poros de mi piel al descubierto.

La nieve reza junto a doncellas de ágatas manos, que el diáfano perdón no olvide al orgasmo audaz de amistad.
La música de la mansedumbre de labios y piernas, arrebatan gemidos díscolos; la habitación de calor fausto, de precoz olor es inundada por filosofías, por multitud de manos y de promiscuas deidades.

Compré recetas de amor eterno a curas y a putas.
Tuve caricias helénicas rasgando la sedentariedad y obstinación de mi colchón.
Tatué besos en muslos, vientres y plantas; zurré a la bestia del calor omnipresente en la coyuntura de vapores gélidos de ansiosas lunas.

El alud descargado sobre piel,
recitó el verso de pasiones inconclusas.

La brujería imparcial de palabras sagaces y calumniantes, atesora más el tiempo en que paso mis días esgrimiendo mi paladar caucásico, para atraer hebras inertes de sudores enclaustrados en dientes, senos y sesos.

Las exequias de una piel magra y nácar, conjurada con rubicundas palomas, hechiza a éste perdido poeta, dueño de matrices desérticas, ha engañar a la vida, ha ausentarse del sueño y lamer migajas de besos.

Decepción por amor, denigrante es el hecho de llamarse enamorado.
Emancipado de caricias y gestos sublimes.
De manos ariscas y pies maltrechos, de uñas con más recuerdos que el obtuso cerebro, de ello padecí.

Te puedo narrar la odisea de mis manos, la aventura de mis brazos, la caída de mi amante.
He concebido el agüero a desdenes patronos, de tener bajo el agua a la dicha ajena, a la mujer de otro.
La mies del idilio ha comenzado, es tiempo de cazar a cupido y violar sus alas, comer sus flechas y cagar amor por entre las vértebras.
La muerte nos esperara en el azul misógino de caireles rubios o tal vez esté en los mosaicos engrasados del baño de uno o de dos.
Eso no lo sé, la inmortalidad de mis enfermos pensamientos hace que copie sentimientos, que proyecte rencores y alabé sombras de perfecciones.

II

Encontraré las páginas adecuadas para ensuciarlas de mis prosas más salaces y de mis más salvajes experiencias.
Re-inventaré soluciones rígidas a la hora de besar, amar y tener que compartir el halo de nieve de mis ojos grises.

Sudaré hiel, vomitaré pandrosos menesteres y ungiré deseos moribundos a la nueva piel de mis pesadillas.
Leeré a Sabines a la sombra de fulgores rojos y rugiré sentimientos tontos y amores toscos:

Veremos a la luna danzar con el diablo,
sintiendo a la muerte consumir nuestras caricias, mientras corremos de ciudad a la montaña sentados en dos pequeñas y lúgubres hadas.
Cantaré milongas y tangos, a sudores ardientes de colibríes claros, cuando tu boca no ría entre los cancerigenos vapores que mi alma tose, cuando encierre tu belleza en pómulos semi carmesíes.


III

¿Te conté cuándo musité locuras por un mar de piernas, de la vez que indagué en el cielo púrpura de unos labios pueriles?

Esa vez corrí con extremados celos hacia la sombra de las dagas líricas de su mirar, dormí en las alas de un ruiseñor y presioné la hiel de las venas translucidas de sus pupilas, para al final sólo conseguir refugio entre cedros amarantos y pozos truncados.

Traté del ser amo y barón de sudores volátiles, pero el azar de recuerdos y de aristas plegarias, discernieron voluntades y esperanzas.
La suerte en el campo de batalla mermó la fortaleza de mi choque, la cúspide de mi laberinto grisáceo.

He perdido melancólicas caricias, mientras los basiliscos fornicaban con ponzoñosas mariposas, el río de flores bañando las tormentas ninfas de ayeres, cadáveres de cabellos en la cama, ropa mancillada de besos desdénicos, todo era el perfecto Leviatán de nuestros cuerpos, que daban vida a fingidas clases de risas.

Miradas en juego, alumbre precoz recorriendo mentes, almas y saliendo por bocas; inundando sandalias, mojando alfombras y matando versos idílicos; el concepto de tu piel en mi piel, de tu aliento menguando el maravilloso cementerio de mis pensares y deseos, que todos los días me llamara prisionero, prisionero de la tortuosa corona de tus senos.
Tifones angelinos cerraron las puertas-catedrales de piernas envés.

Deseo ser aliado en la forma de mancillar ratas, de coger halcones sin almas.
¡Que los insectos carcoman nuestros sentidos, que polillas aniden en pupilas ágatas!

Pero la fuerza de querer tenerte bajo mi lacayo yugo,
trastorna la nobleza y manipula sueños
e ilusiones vacuas.

Ven, vamos a platicar, a conocernos más, mientas el mundo cae,
a jugar con muertas bananas, de perfume de mujeres casi santas,
a eyacular sobre la lápida de la promiscua virginidad.

Caminemos por las calles tapizadas de lujuriosas palomas sin cabeza,
por las avenidas llenas de perros-terciopelo, acariciados por estrías de neumáticos.

Ven, y seremos como los ventanales arrasados de abejas, de esas que quieren penetrar piel y morir dejando parte de sí, seremos como gardenias resguardadas de la desnudez de una hoz milagrosa.
Patán alfaguara, jugosas alabardas, son juegos de cartas irrisorias en ciénegas melosas de antónimas caricias.

He contado las alboradas necesarias para ganar el corazón anhelado,
conjugué palabras y acciones en un corolario de bugambilias, de esperar almendras al ritmo de labios frígidos.
Narré fulgor en la presencia de oscuridad eterna.
Sentí la confusión de manos triunfadoras,
amé y morí por un Aldebarán, atrapé a ninfas en el cuello de cisnes,
coleccioné recuerdos histriónicos y,
jugué con las coplas de besos fallecidos.

Limite al sentimiento de amor; patrociné al desdén maldito y sólo por no actuar como su voz me lo indicó. Fui el abogado del diablo, profesé lamentos e injurias…
creí que la verdad oculta tras las cadenas del papel de redentor eran necesarias.
¿Me equivoqué?
Claudiqué dos veranos al mancillar azucenas, de bruces besé, idolatré; escondí mi dolor entre rosas magras.
¿Cómo el sufrimiento perenne es sinónimo y conjugable del adverbio amar?

Ahora que siento las huellas de mi camino narrándole al vientre desnudo de la vida mía; veo claramente que las penas y amores, que los infortunios y pasiones son de la misma calaña, de la misma especie, que la lujuria en sábana blanca, el perdón dado a cuentagotas, la decepción jubilosa, la férrea mansedumbre y la penosa mortalidad;
nos hacen sacar juicios premeditados, pero al final de la prórroga del canto de la luciérnaga comprendí que el universo que existe entre la vida y la muerte es sólo
el interludio de la próxima inmortalidad.

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