martes, 2 de junio de 2009

Azul de mediodía

Cerca del ocaso de una vida, cerca de la vida que no era del todo mía; un te negro, amargo como me gusta, se encontraba en mi lengua haciendo juegos de azar, ungiendo milímetro a milímetro dientes, paladar y bacterias envés, cada vez que tragando saliva el amargo me llevaba al 25 de marzo.

El amargo puro de vainilla, combinado con el café de tu boca, recordaba cada efluvio, cerraba los ojos y los cuerpos cual enjambres pasaban otra vez frente a ojos nuestros. Tomaba tu mano con pudor, ganaba sonrisas y quemaba cenizas en cada beso.

No era más allá de las 6 de la tarde, llovizna copulaba con las marquesinas, con los cristales donde estábamos. Éramos amantes ocasionales, jóvenes de 100 años, el común denominador de nuestra charla, iba dirigido hacia nuestros hijos.

Una vez hace décadas, novios y virutas sobre el aire fuimos. Conocía cada poro de su imaginación, podía hilvanar entre sus cabellos Valkirias anaranjadas y recitar a Mozart entre gemidos, nacidos de un cuello magullado por dientes, paladar y más.

Recordé ese día porque igual que hoy me encontraba con ganas de asir el rojo de piel y formar constelaciones con lunares míos y tuyos; porque ese día que sentados tomábamos el uno al otro en un café del centro de la ciudad, vimos salir del baño a tu marido muy cariñoso de un amigo.

Hoy vi a un amigo salir con el marido de una amiga, muy cariñoso, en este café llamado “Azul de mediodía”.

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