martes, 16 de junio de 2009

Ambrosia de Cuerpos

La constelación de las prendas cerca de aquel mar, el destino acurrucado entre los vapores salaces de nuestros latidos; sensatez, audacia… la mujer en mis brazos al natural, muere sintiendo el amor de mis dedos sobre sus labios.

El amante fulgor de su risa atraviesa sienes, manías llevando nenías al paso de mis besos; marcas en arena, narrando maneras de besar piel, el sol escondido cerca de las caderas, iluminaba la melodía de sus manos sobre surcos en mi pecho.


Bocas jugando con dátiles exiliados, lenguas abrazando el entrecejo de palabras aún no dichas, manos intercaladas junto al sándalo de la espuma marina, el lugar común de la playa era vorazmente inducido a tenues miradas, a crepusculares recorridos de poros.

El tiempo adyacente con el que rendía fijaciones al sudor de sus senos; sólo inmolaba murmullos cerca de mi cuello, mientras sus vertebras se fundían en mis dedos.

La derrota de las voces en los cuerpos, la claustrofobia del llanto por su boca.


En pie cerca de la tarde, abraza con piernas y gemidos al halo de mi espalda. La noche anticipa los miles de susurros al conclave de nuestras almas; Seda, dátiles, ambrosía de cuerpos esparcidos entre las camas funestas, los juegos sin presura venían y morían.

Turquesa, el grisáceo de mis yemas entre el turquesa de sus piernas. ¿Por qué cuanto más cerca de su boca, el pardo de mis ojos transmuden al infinito rosal de mi locura?

Acariciar con mi falta de práctica, contando las pecas de su espalda.


Espuma entrecortando las vísperas de melodías, centenares de fulgores imitaban el reciproco fuego de nuestras pieles. Alabardas durmiendo en los lunares de esperanzas carcomidas. Las venas de cerezos de cabellos dormían cerca del campanear de bocas.

Llanto forma el desliz del vino sobre vientres, delicado Aranjuez mancillando templados acordes de gemidos. El lago muere por reflejar la gracia de tus pechos, pero envuelto en llamas crispa al eclipse que la candela de instintos sabiduría mermó…


El olor de cabellos arrebata vicios, era demasiada la necesidad de tener manos entre labios y hormonas custodiando nucas. Horas ungiendo el gótico de luces envés, mientras hilvanas oraciones transpiraban; laberintos de pupilas trazaban los ayeres de nuestros espejismos. Ni cual capilla de Miguel Ángel ni Gutenberg escribano, pudieron dejar semejante prado de tertulias almizcladas en mi espalda, vientre y cerebro.

Caronte remedio el de tus piernas amasajando la pueril humedad de mi entrecejo.


Creo que la mansa brusquedad de espasmos en mi cabeza, de aquella sin-locura de mis venas, no podrá detener el vaivén del Goliat arramblado en la puerta de tus caderas. Mi mujer de ayer, mi amante de girasoles; esta noche la esfinge devoró lo impío, inmoló la corriente de aminoácidos mezclados por nuestras bocas y manos.

Mi muerte cual arco iris; negror clamando saciedad, blanco la petición de volver atrás.

Oropel aciago, la herradura de tus manos cual alfaguara truncó el rebaño de mi cabeza…


No hay comentarios: